José Saramago murió el 18 de junio de 2010. Sus últimas palabras quedaron escritas en la entrada de su blog, con el sugerente título Pensar, pensar: “Creo que en la sociedad actual nos falta filosofía. Filosofía como espacio, lugar, método de reflexión, que puede no tener un objetivo concreto, como la ciencia, que avanza para satisfacer objetivos. Nos falta reflexión, pensar, necesitamos el trabajo de pensar, y me parece que, sin ideas, no vamos a ninguna parte”.
28-07-2011 - Antoni Gutiérrez Rubí.-
El 15M nos ha hecho pensar, pero no puede explicarse sin la influencia moral y espiritual de nuestros mayores, de nuestros referentes éticos. La importancia de Saramago, entre otros, en parte de la generación joven que ha protagonizado la #spanishrevolution es incuestionable. En 2004 escribía Ensayo sobre la lucidez, un texto que explora los límites de la democracia, con una apología del voto en blanco, y que anticipa buena parte de las reflexiones que sustentan la mirada crítica al sistema de representación democrática de nuestras sociedades.
En buena parte de la opinión pública española se ha consolidado la convicción de que los dirigentes políticos actuales no tienen la densidad moral y ética imprescindibles para el ejercicio de una política que sea capaz de sobreponerse a la resignación, al determinismo económico que imponen los mercados, y al desgarro social que suponen las consecuencias dramáticas de la crisis. Existe, quizás, la percepción de un fracaso generacional. En este contexto, los viejos referentes morales han ocupado el espacio vacío de la política convencional.
En octubre de 2010, Stéphane Hessel, de 94 años, publicó su famoso ensayo “Indignez-vous!”. El éxito de este texto tiene que ver con lo que se dice, y con quién lo dice. Hessel es el último protagonista vivo de la redacción de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y ex líder de la Resistencia. Un héroe de guerra. Un héroe moral.
En enero, ¡Indignaos! llegó a España y, otro admirado senior, le hacía el prólogo: José Luis Sampedro. Saramago, Hessel, Sampedro… (a los que hay que añadir el prestigio intelectual y reputacional de otros mayores como Eduard Punset, Manuel Castells o Federico Mayor Zaragoza) han sido las voces morales que han sustentado la consistencia rebelde del 15M. Voces comprometidas.
La coexistencia generacional de (muy) mayores y (muy) jóvenes en las plazas, en las acampadas, así como el respeto y la admiración que “los abuelos de la boina”[1] han conseguido entre los acampados, se han visto reflejados durante todo este tiempo. El 15M es una respuesta de rebeldía cívica protagonizada, no exclusivamente, por jóvenes que han sido comprendidos por sus abuelos -ante el desconcierto de sus padres- e ignorados por sus representantes.
El futuro del 15M
El movimiento continuará aunque no continúen –o no se consoliden- las personas y las organizaciones que han cohesionado de manera viscosa la naturaleza de este movimiento. El 15M representa un estado de ánimo. También unas convicciones y unas propuestas diversas, plurales, incluso contradictorias. Su victoria es la energía social que ha liberado entre la ciudadanía que ha descubierto que puede, quiere y sabe hacer política sin partidos (y sin sindicatos).
Todo ello se ha producido en un contexto de cambio de escala, de cambio de potencia. Podemos hablarle al mundo. La distancia entre pensar, decir y hacer ha sido solo de un clic en las redes. Pensar que no estoy de acuerdo, decirlo, hacerlo. Pasamos de un mensaje SMS, de un mensaje bidireccional privado, casi enclaustrado, a un mensaje abierto y global. Este es el cambio.
Las primeras reclamaciones de las acampadas han sido en relación a la Ley electoral. En el fondo lo que se pide es otra manera de hacer política, desde el convencimiento que siendo más representativa, más horizontal, más próxima, más transparente… será capaz de tener la autonomía y la fuerza para hacer frente a la crisis económica.
Muchos líderes políticos de diferentes niveles de representación y de posición se preguntan: ¿Qué representan? ¿Qué quieren? ¿Quiénes son? ¿Con quién se tiene que hablar? Son las preguntas equivocadas. No es relevante quiénes son. Son mucha gente y muy diversa. Quieren muchas cosas y pocas, pero lo importante es saber escucharles, hablar, dialogar. Representan a mucha más gente de la que ha salido a la calle y a mucha más gente de la que ha acampado. Simbolizan una tarjeta amarilla casi roja a la clase política, a los partidos y a su manera de actuar. Una tarjeta más y expulsados; eso es lo que deberían entender.
Nunca como hasta ahora había sido tan clara la necesidad de una alianza intergeneracional para recuperar la política, su sentido y su utilidad. Nuestros mayores han hablado claro y libremente, propinando un azote moral e intelectual a nuestras conciencias, mientras los jóvenes han tomado el relevo con un corte de mangas a las formas y al fondo de la política formal. En medio, nos hemos quedado la mayoría, perdidos e incapaces de asumir nuestra responsabilidad.
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[1] Entrevista a Francisco Román Otero: “La juventud del 15-M, sin saberlo, ha logrado lo que no pudimos hacer nosotros: la ruptura del sistema” (Público, 9.06.2011)
En buena parte de la opinión pública española se ha consolidado la convicción de que los dirigentes políticos actuales no tienen la densidad moral y ética imprescindibles para el ejercicio de una política que sea capaz de sobreponerse a la resignación, al determinismo económico que imponen los mercados, y al desgarro social que suponen las consecuencias dramáticas de la crisis. Existe, quizás, la percepción de un fracaso generacional. En este contexto, los viejos referentes morales han ocupado el espacio vacío de la política convencional.
En octubre de 2010, Stéphane Hessel, de 94 años, publicó su famoso ensayo “Indignez-vous!”. El éxito de este texto tiene que ver con lo que se dice, y con quién lo dice. Hessel es el último protagonista vivo de la redacción de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y ex líder de la Resistencia. Un héroe de guerra. Un héroe moral.
En enero, ¡Indignaos! llegó a España y, otro admirado senior, le hacía el prólogo: José Luis Sampedro. Saramago, Hessel, Sampedro… (a los que hay que añadir el prestigio intelectual y reputacional de otros mayores como Eduard Punset, Manuel Castells o Federico Mayor Zaragoza) han sido las voces morales que han sustentado la consistencia rebelde del 15M. Voces comprometidas.
La coexistencia generacional de (muy) mayores y (muy) jóvenes en las plazas, en las acampadas, así como el respeto y la admiración que “los abuelos de la boina”[1] han conseguido entre los acampados, se han visto reflejados durante todo este tiempo. El 15M es una respuesta de rebeldía cívica protagonizada, no exclusivamente, por jóvenes que han sido comprendidos por sus abuelos -ante el desconcierto de sus padres- e ignorados por sus representantes.
El futuro del 15M
El movimiento continuará aunque no continúen –o no se consoliden- las personas y las organizaciones que han cohesionado de manera viscosa la naturaleza de este movimiento. El 15M representa un estado de ánimo. También unas convicciones y unas propuestas diversas, plurales, incluso contradictorias. Su victoria es la energía social que ha liberado entre la ciudadanía que ha descubierto que puede, quiere y sabe hacer política sin partidos (y sin sindicatos).
Todo ello se ha producido en un contexto de cambio de escala, de cambio de potencia. Podemos hablarle al mundo. La distancia entre pensar, decir y hacer ha sido solo de un clic en las redes. Pensar que no estoy de acuerdo, decirlo, hacerlo. Pasamos de un mensaje SMS, de un mensaje bidireccional privado, casi enclaustrado, a un mensaje abierto y global. Este es el cambio.
Las primeras reclamaciones de las acampadas han sido en relación a la Ley electoral. En el fondo lo que se pide es otra manera de hacer política, desde el convencimiento que siendo más representativa, más horizontal, más próxima, más transparente… será capaz de tener la autonomía y la fuerza para hacer frente a la crisis económica.
Muchos líderes políticos de diferentes niveles de representación y de posición se preguntan: ¿Qué representan? ¿Qué quieren? ¿Quiénes son? ¿Con quién se tiene que hablar? Son las preguntas equivocadas. No es relevante quiénes son. Son mucha gente y muy diversa. Quieren muchas cosas y pocas, pero lo importante es saber escucharles, hablar, dialogar. Representan a mucha más gente de la que ha salido a la calle y a mucha más gente de la que ha acampado. Simbolizan una tarjeta amarilla casi roja a la clase política, a los partidos y a su manera de actuar. Una tarjeta más y expulsados; eso es lo que deberían entender.
Nunca como hasta ahora había sido tan clara la necesidad de una alianza intergeneracional para recuperar la política, su sentido y su utilidad. Nuestros mayores han hablado claro y libremente, propinando un azote moral e intelectual a nuestras conciencias, mientras los jóvenes han tomado el relevo con un corte de mangas a las formas y al fondo de la política formal. En medio, nos hemos quedado la mayoría, perdidos e incapaces de asumir nuestra responsabilidad.
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[1] Entrevista a Francisco Román Otero: “La juventud del 15-M, sin saberlo, ha logrado lo que no pudimos hacer nosotros: la ruptura del sistema” (Público, 9.06.2011)