dimarts, 18 d’octubre del 2011

Pecado, penitencia y pánico




Joan Coscubiela

Llevamos ya cuatro años de una crisis que se está manifestando profunda y grave en sus consecuencias sociales. Que está provocando graves efectos colaterales en la calidad democrática y nos dejará una profunda huella social. En estos momentos no existe todavía ni un consenso sobre las medidas a adoptar, ni siquiera una lectura compartida de las causas que la han provocado. Las diferencias nacen de la existencia de intereses sociales confrontados y de ideas en conflicto.

Asistimos a una batalla que se libra sobre todo en el terreno de la comunicación. Como explica Manuel Castells en "Comunicación y Poder", la forma esencial del poder es la capacidad para modelar la mente humana, a través de la comunicación. Y para hacerlo, nada mejor que utilizar las emociones y sentimientos. A lo largo de la historia han cambiado muchas cosas, como nos explica Nicholas Carr en su libro "¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?, Superficiales". Cambios que han venido de la mano de lo que denominan "tecnologías intelectuales" para identificar las herramientas que los humanos utilizamos para encontrar y comunicar la información, para formular ideas y hacerlas dominantes. Es el tránsito de la cultura oral de Sócrates en la escrita de Platón, propiciada por la tecnología de la escritura y posterior creación del alfabeto. O la invención de la imprenta de Gutenberg, de gran incidencia en el ejercicio del poder a través de la comunicación. O la reciente y actual "tecnología internet" que está propiciando una verdadera revolución en las formas de comunicación, en el modo de leer, de escribir, de pensar y comunicar. Y puede estar redimensionando las relaciones de poder en la sociedad del siglo XXI.

Muchos han sido los cambios en la comunicación, pero las emociones y los sentimientos siempre han jugado un papel determinante en la función de la comunicación como instrumento de poder. Lo estamos viviendo con motivo de la crisis y su explicación dominante, que utiliza elementos claves en nuestra cultura de raíces judeocristianas. Las ideas de pecado, culpa, penitencia, sacrificio y miedo están siendo utilizadas para imponer desde los poderes una determinada lectura de la crisis y de las políticas a aplicar.

Así, para explicar la principal causa de la crisis, el sobreendeudamiento en que ha entrado el sector privado de la economía, se nos habla de un pecado colectivo. Son las reiteradas alegaciones que "todo el mundo ha estirado más el brazo que la manga". Obviando que unos se endeudaron para obtener espectaculares beneficios de la especulación y otros por gregarismo social. Mientras algunos lo hicieron para invertir y crear puestos de trabajo, otros para acceder a una vivienda digna y muchos ni siquiera se endeudaron y en cambio todos están pagando con desempleo, recortes sociales e hipotecas de por vida las consecuencias de una bacanal especulativa .

Después del pecado viene el sentimiento de culpa que nos hace sentir, factor clave para que asumamos resignadamente la penitencia que conllevan las medidas de reducción salarial o de derechos laborales y recortes sociales. Este sentimiento se resume en la idea repetida de que si no aceptamos estos sacrificios pasaremos a los libros como "la generación más egoísta de la historia". En este imaginario de "generación egoísta" se incluyen indistintamente los propietarios de SICAV o de grandes patrimonios y al mismo nivel, trabajadores con contrato estable, los empleados públicos, aunque sean temporales (un 25% del total), o los autónomos y los pequeños empresarios. Así se genera un fuerte sentimiento de culpabilidad entre las personas menos afectadas por la crisis que, a pesar de tener ingresos modestos, empiezan a sentirse unos privilegiados sociales para poder disfrutar aún de derechos reconocidos en las leyes. Y algunos empiezan a sentirse culpables de no sufrir duramente la crisis, como se sienten las personas que se han salvado de un grave accidente colectivo, donde el resto no ha sobrevivido. Este sentimiento de culpabilidad las hace más sensibles a aceptar los sacrificios de la reducción de derechos, el camino para dejar de sentirse culpables.

Y por último, el miedo generado por el temor a los nuevos dioses, los mercados de capitales, que exigen sacrificios rituales en forma de recortes sociales o con medidas inútiles como la reforma de la Constitución española y amenazan a través de sus representantes en la tierra, los “lobbies”, con más desgracias si no seguimos sus mandatos. Todo un ritual con graves consecuencias sociales.
nuevatribuna.es 18 Octubre 2011

dimecres, 12 d’octubre del 2011

Chile: ultraliberalismo, educación y desigualdad.


En los años 30 del siglo pasado se produjo en los círculos académicos ingleses un intenso debate entre dos posturas encabezadas por Keynes y Hayek.
Keynes propugnaba el control de la economía, sobre todo, en las épocas de crisis. Este control se ejercía mediante el gasto presupuestario del Estado. La justificación económica para actuar de esta manera, parte sobre todo, del efecto multiplicador que se produce ante un incremento en la demanda agregada, desde la premisa que es la demanda la que determina la producción y no al revés.
Hayek, por su parte, propugnaba que cualquier actividad económica esté únicamente sometida a los dictados del mercado, incluso en épocas de crisis e incluidas áreas como la sanidad o la educación.
En ese momento, ya en EEUU se estaban poniendo en práctica las teorías keynesianas a través del New Deal de Rooswelt, mientras en la Europa obsesionada por el control del déficit, el deterioro económico y social permitía el ascenso de los fascismos. El triunfo del keynesianismo, que parecía definitivo tras la Segunda Guerra Mundial, permitió el desarrollo sostenido de la Europa Occidental y la creación y consolidación de un potente Estado de Bienestar.
Pero las teoría de Hayek no estaban muertas, solamente hibernadas. Reaparecen con fuerza con Milton Friedman y la Escuela de Chicago a fínales de los 60 y son la base de la política económica de Reagan y Thatcher en los 80 y abriendo paso a partir de entonces tanto en los países desarrollados como en los países emergentes.
Sin embargo, en los 70, Milton Friedman encuentra una situación propicia para un primer experimento en el Chile que aparece tras el golpe de Estado de Pinochet de 1973. Una situación ideal para poner en práctica sus ideas ultraliberales con la respuesta social acallada bajo un régimen de feroz represión, algo similar a lo que hoy ocurre en China.
A modo de ejemplo, podemos poner la educación que, como bien decía Hayek, debía convertirse en un gran espacio de negocio como otros sectores productivos. La política educativa pinochetista ha pervivido en el período democrático abierto a partir de los 90 y solo a última hora en 2007 Bachelet hizo tímidas reformas dando repuesta a un primer estallido de protestas estudiantiles.
La educación no universitaria en Chile está impartida por tres tipos de centros. El 48% del alumnado se escolariza en centros municipales, el 43 por ciento en centros privado subvencionados y el 9 por ciento en centros privados sin subvención. Los centros municipales cuentan con una subvención del Estado que suele llegar al 45 por ciento del coste. Por lo tanto, un primer elemento de desigualdad es que según los recursos de los municipios que financian el otro 55 por ciento habrá una educación con más o menos recursos, con más o menos calidad.
Los colegios privados subvencionados no lo son en su totalidad. La aportación de los padres ronda los 50 euros/mes alumno y ello en un país donde el 60 por ciento de los hogares ingresan menos de 800 euros/mes, con lo que la segregación del alumnado en base al estrato social de pertenencia está servida.
Si hablamos de la educación superior, en las 60 universidades chilenas (la mayoría privadas) la situación es mucho más dura, porque en las universidades públicas, también, el estudiante se paga de su bolsillo la mayor parte del coste, lo que significa un gasto de entre 250 y 600 euros mensuales. Eso hace que el 70 por ciento de los estudiantes universitarios chilenos tengan que acudir a los créditos universitarios para financiarse sus estudios universitarios.
Todo esto produce como efecto que, en el índice Duncan, que mide el grado de segregación social en las escuelas, Chile tiene el dudoso honor de ocupar uno de los primeros lugares del ranking con un 0,68 sobre 1. La media de la OCDE es del 0,46 y Suecia está a la cabeza con un 0,35. Asimismo, Chile está a la cola en gasto público educativo con un 3,6% del PIB, por un 4,2 por ciento en España, un 5,2 en el promedio de la OCDE y un 6,7 por ciento en Dinamarca. Por contra en gasto de las familias, Chile está en cabeza con un 3,3 por ciento del PIB, por un 0,7 por ciento de la OCDE, un 0,5 por ciento de España y un 0,3 por ciento en Dinamarca.
Pero, la educación no es un compartimento estanco en la sociedad chilena, es la parte de un todo profundamente desigual. Así, el índice GINI que mide la desigualdad social global indica que Chile está en cabeza de la clasificación con un desigualad del 0,54 sobre 1, por el 0,32 de España, el 0,31 de la OCDE y el 0,23 de Suecia. Y eso tiene mucho que ver con el dato del gasto social. Este gasto es del 13 por ciento del PIB en Chile, del 25 por ciento en la OCDE, del 26 por ciento en España y del 50 por ciento en Suecia lo que, lógicamente, tiene directa relación con la carga tributaria que es del 20 por ciento en Chile, del 35 por ciento en España y la OCDE y del 50 por ciento en Suecia.
Para finalizar decir que algunos políticos y políticas de la derecha en España ya están reflexionando sobre la necesidad de caminar hacia el modelo educativo chileno, modelo educativo inspirado en la teorías económicas de Hayek, Milton Friedman y la escuela de Chicago y que no ha hecho más que acabar con la cohesión social colaborando a configurar una sociedad profundamente desigual.
nuevatribuna.es | José Manuel Marañón |12 Octubre 2011

diumenge, 2 d’octubre del 2011

La responsabilidad por el desastre de Fukushima


Hace no mucho, leí una obra de ciencia-ficción en la que la humanidad decide enterrar cantidades ingentes de residuos radiactivos en las profundidades subterráneas. No saben de qué modo deben advertírselo a la generación futura, a la que se le dejará el cometido de deshacerse de los residuos, ni quién debe firmar la advertencia.
Desgraciadamente, la situación ya no es un tema de ficción. Estamos endosando unilateralmente nuestras cargas a las generaciones futuras. ¿Cuándo abandonó la humanidad los principios morales que nos impedían hacer algo así? ¿Hemos superado un punto de inflexión fundamental en la historia?
Después del 11 de marzo, me quedaba levantado todas las noches hasta bien tarde viendo la televisión (una costumbre recién adquirida tras el desastre). Hubo un periodista de televisión que fue a mirar en una casa con las luces encendidas en una zona que, por lo demás, estaba a oscuras debido a las órdenes de evacuación. Resultó que una yegua estaba de parto y el propietario era incapaz de irse de su lado. Al cabo de unos días, el periodista volvió a visitar la granja y vio a la yegua y a su potrillo en el interior a oscuras. La expresión del propietario era sombría. No habían permitido que el potro saliese a correr en libertad porque sobre la hierba había caído lluvia contaminada por el material radiactivo.
La crisis se ha llevado vidas que muchas personas siguen intentando recuperar. ¿Qué mensajes podemos transmitirles a esas personas y de qué modo? Yo también necesito oír esas palabras y la persona a la que he recurrido en busca de orientación es el físico Shuntaro Hida, que ha estado hablando sobre los peligros de la exposición del país a la radiación desde el bombardeo atómico de Hiroshima.
En una entrevista publicada en la edición de septiembre de la revista Sekai, Hida recomienda: "Si ya han estado expuestos, deben estar preparados. Resígnense. Díganse a ustedes mismos que pueden tener mala suerte y sufrir unas consecuencias horribles al cabo de varias décadas. Luego, traten de reforzar su sistema, háganlo inmune todo lo que puedan para combatir los peligros de la radiación. ¿Pero será suficiente para protegerse el hacer el esfuerzo de evitar comprar verduras que puedan estar contaminadas? Es mejor tomar precauciones que no tomarlas. Los materiales radiactivos siguen escapando de Fukushima, incluso ahora. Los alimentos contaminados se han infiltrado en el mercado, así que, desgraciadamente, no hay ningún método garantizado para protegerse de la exposición. Abolir la energía nuclear y suprimir la radiactividad de raíz es un modo mucho más rápido de abordar el problema".
No quiero transmitir estas palabras a los hombres -los políticos, los burócratas, los empresarios- que intentan imponer a las generaciones futuras la difícil tarea de deshacerse de los residuos radiactivos que se han generado y siguen generándose por culpa de una política energética que pone la capacidad de producción y la fortaleza económica por delante de todo lo demás. Más bien, quiero transmitir estas palabras a las mujeres -las jóvenes madres- que rápidamente se han dado cuenta de los peligros que se les plantean a sus hijos y tratan de encarar el problema de frente.
Después de que los votantes italianos rechazaran la reanudación de las operaciones en sus centrales nucleares, un funcionario de alto rango del Partido Democrático Liberal de Japón atribuía el resultado del referéndum a la "histeria colectiva", dando a entender que el poder de las mujeres estaba detrás de los resultados. Una mujer italiana de la industria del cine respondió al insulto diciendo: "Es probable que los hombres japoneses se vean empujados a la acción por una histeria colectiva que pone la productividad y el poderío económico por delante de todo lo demás. Hablo solamente de hombres porque, se esté donde se esté, las mujeres nunca ponen nada por delante de la vida. Si Japón no solo perdiese su condición de superpotencia económica sino que además cayese en una pobreza prolongada, ¡todos sabemos por las películas japonesas que las mujeres superarían esas dificultades!".
Los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, la derrota de Japón en la II Guerra Mundial y la subsiguiente ocupación del país por las fuerzas aliadas tuvieron lugar durante mi niñez. Todos éramos pobres. Pero cuando se dio a conocer la nueva Constitución, me impresionó la repetición de la palabra "determinación" en su preámbulo. Me llenaba de orgullo saber que los mayores tenían tanta resolución. Hoy, a través de los ojos de un hombre mayor, veo Fukushima y las difíciles circunstancias a las que este país se enfrenta. Y sigo teniendo esperanza en una nueva firmeza del pueblo japonés.

Kenzaburo Oé, nacido en 1935, recibió en 1994 el Premio Nobel de Literatura. Tras el inicio de la crisis en la central nuclear de Fukushima 1, algunos músicos y escritores, entre ellos Oé, publicaron una declaración pidiendo la supresión de la energía nuclear. El 19 de septiembre se celebró una concentración antinuclear en el parque Meijí de Tokio. Este artículo fue publicado originalmente el 19 de septiembre de 2011 en The Mainichi Daily News.Traducción de News Clips.
EL PAÍS, 30/09/2011

dimarts, 27 de setembre del 2011

El país dels bitllets de 500 euros


S'han acabat els miracles. No s'hi val asseure's a esperar el següent cicle. El cercle virtuós immobiliari no tornarà. El brutal deute privat (2,2 bilions d'euros) que ens ha permès viure a tot tren aquests anys, triplicant el deute públic (0,7 bilions), amenaça d'enderrocar la feble arquitectura del nostre Estat del benestar entre altives lliçons d'eficiència i moralitat.
A dos mesos de les eleccions, el debat sobre l'impost de patrimoni provocat pel candidat Rubalcaba ens ha permès escapar momentàniament de la trampa d'una campanya on tot ho arregla la fada de la confiança. De nosaltres depèn que, des d'ara, els debats sobre el nostre sistema de benestar no segueixin reduïts a una qüestió de retallar càrrecs de confiança, o revendre cotxes o immobles oficials.

Assumim la realitat. Els ingressos extraordinaris no tornaran a les arques públiques. En plena globalització, els serveis públics s'hauran de finançar al vell estil: amb impostos. En aquest entorn de recursos escassos, el primer serà l'acotació de l'oferta de serveis. Si volem que els col·legis segueixin funcionant com a contenidors multimèdia on transferir part dels costos de la vida familiar, això té un preu. Si volem seguir fent servir els hospitals com a dipòsits on endossar part dels nostres costos laborals i familiars, algú ho ha de pagar. La cosa pública no pot continuar sent un lloc màgic que no fa mai falta fins que es necessita; llavors es vol tot, i que a més funcioni com un duty free.

Totes les reformes fiscals empreses durant els bons temps han significat transferències de riquesa i oportunitats cap a les rendes de capital i els més acabalats. Els rics són més rics i les classes mitjana i baixa són menys classe mitjana i més classe baixa. Les oportunitats s¿han redistribuït a favor d'aquells que ja les tenien. Resulta revelador veure que mai hi ha dificultat per definir qui és ric si es tracta de rebaixes fiscals. Només es converteix en un problema quan toca pagar.

En paral·lel a aquest desmunt de la fiscalitat de l'Estat del benestar, s'ha produït una voladura controlada de la seva legitimitat. Com bé afirma Sharpf, la revolució neoconservadora ha aconseguit desplaçar-lo de la nostra identitat col·lectiva. Els serveis públics sempre són per als altres. La sanitat, l'educació o la protecció contra l'adversitat que es finança amb els meus impostos sempre són les dels altres. Com més selectiu es fa l'Estat del benestar, més espai i base perd en la nostra identitat col·lectiva en la idea del país que volem.

La reconstrucció del benestar afronta una doble tasca. S'ha de reconstruir la seva fiscalitat i recuperar la cosa pública com a part de la nostra identitat. No es tracta només de pagar per obtenir uns serveis. Es tracta de contribuir per viure en un model de societat basat en la igualtat d'oportunitats i on ningú queda abandonat a la seva sort.

La reconstrucció fiscal de l'Estat del benestar hauria de pivotar sobre tres eixos. El primer ha de ser la progressivitat. El sistema fiscal ha d'exigir un esforç proporcional a les capacitats i oportunitats de cadascú. No es tracta només d'impostos per serveis. La política fiscal ha de ser equitativa. Ha d¿amortitzar externalitats i costos socials generats per les activitats privades. Ha d'operar com un instrument per redistribuir les oportunitats entre grups i individus. Una reforma fiscal que no equilibri l'esforç entre rendes del treball i del capital no mereixerà rebre aquest nom. L'equitat és també el camí de la legitimitat.
El segon pivot ha de ser l'eficiència. La política fiscal és una eina crítica per a la sostenibilitat del creixement econòmic. Necessitem una fiscalitat que penalitzi l'especulació i afavoreixi la inversió i la creació de riquesa i ocupació; que encareixi la ineficiència i possibiliti la innovació. Uns impostos que habilitin el desenvolupament de nous mercats i noves fonts de progrés i benestar.

El tercer vector per a una fiscalitat reconstruïda ha de ser la maximització de la seva potència recaptatòria. La reforma fiscal que necessitem ha de netejar, fixar i donar esplendor a l'actual jungla regulativa, on els impostos s'han anat dinamitant de manera controlada per la via de la profusió reglamentària, les exempcions i les excepcions. Necessitem una ordenació fiscal clara, senzilla i contundent en els seus termes i recolzada sobre un sistema d¿inspecció ben armat. Únicament així acabarem amb el càncer més gran de la nostra fiscalitat i el nostre benestar, el frau.

Aquest és el debat que no vol sentir, però que només podrà defugir fins al 21-N, el país que atresora més de la tercera part dels bitllets de 500 euros que circulen per la Unió Europea. El país on pagar és de tontos i els cobraments es faciliten amb IVA o sense IVA amb la mateixa simpatia amb què als bars t'ofereixen el cafè, sol o tallat; amb la mateixa naturalitat amb què un governant renuncia a cobrar patrimoni mentre acomiada professors.
El Periódico, 27.09.2011

Antón Losada, Professor de Ciències Polítiques de la Universitat de Santiago de Compostelítiques de la Universitat de Santiago de Compostel·la





divendres, 23 de setembre del 2011

Economia, creixement i entropia


La termodinàmica i l'ecologia posen de manifest les debilitats del model imperant

¿Recorden quan van parar de créixer? Va ser acabada l'adolescència. Un bon dia ja no els va caldre una talla més gran que l'any anterior. Van quedar enrere els vestits «de creixença», aquella roba massa folgada que la mare comprava en previsió de noves estirades. Durant anys, la família celebrava l'increment continuat del pes i l'alçada de l'infant. Però tothom va entendre que allò s'acabés. És més: ningú no hauria entès que durés indefinidament. Als 30 anys, hauríem arribat als dos metres i mig, i als tres metres en complir els 40... El celebrat creixement de la infantesa hauria esdevingut malaltia a l'edat adulta.
De fet, sí que hem continuat creixent. Però no pas de mida. Hem crescut en destreses i habilitats, en capacitat per a gestionar situacions, en mà esquerra i en coneixements. El creixement quantitatiu ha cedit el pas al creixement qualitatiu. La nostra capacitat perceptiva ha sabut apreciar-ho. Ningú no acut al metge més alt, sinó al més competent. Però en el camp socioeconòmic, en canvi, continuem encallats en la dèria ponderal, en l'obsessió de créixer quantitativament. Si el PIB no augmenta, les coses van malament. Una bona bestiesa quan l'adolescència productiva fa temps que ha quedat enrere.
Els massai mesuren la riquesa pel nombre de vaques que tenen. No pel rendiment del bestiar en llet, o per la venda de carn, o per la capacitat del bous per llaurar, sinó pels caps de bestiar amb què compten. És una forma primitiva d'avaluar la riquesa. El cas és que nosaltres fem igual, ben mirat. No hem desenvolupat procediments per a avaluar la felicitat, el benestar, la saviesa, la qualitat ambiental o l'equitat redistributiva com a béns econòmics. Som rics si creixem, baldament siguem infeliços, injustos o visquem en un entorn degradat. És penós.
La crisi actual ens hauria de fer pensar. Però no. Els analistes econòmics tenen la mirada clavada en els mercats financers (que tenen poc a veure amb l'economia productiva, l'única digna d'aquest nom) i clamen per tornar als índexs de creixement d'abans (com si això fos físicament possible). No és maldat, em sembla. És incapacitat. Incapacitat d'adonar-se que iteren una manera d'avaluar passada a la història. Pensen com els economistes del segle XVIII. Ja fóra hora que s'adonessin que la situació ha evolucionat en aquests tres segles de civilització industrial, que ara créixer és una altra cosa. Però no saben com mesurar-ho, ni com comptabilitzar-ho, ni com gestionar-ho. Potser és per això que prefereixen ignorar-ho i continuar acumulant vaques.
L'any 1856, Rudolf Clausius definí el concepte d'entropia; uns anys més tard, Ludwig Boltzmann trobà la manera de calcular-la matemàticament. L'entropia expressa la progressiva incapacitat dels sistemes per a tornar al seu punt de partida. Podem mesclar fàcilment pintura blanca amb pintura negra, però resulta molt difícil, per raons entròpiques, separar el blanc del negre en la pintura grisa resultant de la mescla. Les idees de Clausius permeteren consolidar el segon principi de la termodinàmica (l'entropia d'un sistema creix amb el temps, de manera que els processos tendeixen a donar-se espontàniament només en un sol sentit) i entendre que no podem fer i desfer sense aturador. Ignorar-ho en l'organització de la producció de béns en ple segle XXI comença a no tenir perdó: fa 150 anys que se sap.
L'acadèmia econòmica hauria de considerar aquestes coses, em sembla. Els físics o els ecòlegs podem, educadament, fer notar que no es pot anar pel món amb idees econòmiques caducades, però no tenim formació ni capacitat per a formular les noves. La nostra desaprovació no censura els sabers econòmics, sinó la seva obsolescència. Més que mai cal la destresa dels economistes, però per crear models per al segle XXI, no per reiterar els ja obsolets. Els béns lliures ja no existeixen a la pràctica, hem de saber computar-los en els balanços. Ara que ja hem posat preu de mercat a un no-bé econòmic com és el diòxid de carboni, ¿com podem ignorar en els balanços l'aigua potable, l'aire respirable, el sòl edàfic o el clima, per exemple? Perquè, si no figuren en els balanços, deteriorar-los no semblarà un problema econòmic. Però ho és, i tant que sí.
UNA EMPRESA que maquilla balanços ampliant capital i alienant patrimoni és una empresa mal gestionada. Això fa l'actual model econòmic: creix per tenir liquidesa i no computa costos de reposició dels recursos naturals alienats (petroli irreversiblement consumit, per exemple). La llista de febleses comptables o d'incoherències conceptuals és llarguíssima. ¿De quina globalització econòmica parlem, si de fet només ens limitem a mundialitzar alguns mercats captius? Per començar: ¿tenim tots una única moneda global? Rescatem Grècia o Irlanda perquè compartim l'euro, però el Marroc és només un d'aquests mercats falsament globalitzats, per exemple. La contaminació és una agressió econòmica perquè en un sistema global no es por funcionar en cicle obert, però cap analista sembla adonar-se'n. I així, ad nauseam. Si tot el que se'ns acut davant de l'actual crisi és que hem de créixer, és que no sabem què dir.

Ramon Folch
Socioecòleg. Director general d'ERF.
EL PERIODICO, 23 de setembre del 2011

dimarts, 20 de setembre del 2011

Tener la razón no basta


“Los ricos gobiernan un sistema mundial que les permite acumular capital y pagar el menor precio posible por el trabajo. La libertad resultante solo la obtienen ellos. Los muchos no tienen más remedio que trabajar más duro en condiciones cada vez más precarias para enriquecer a los pocos. La política democrática, dirigida al progreso de la mayoría, está realmente a merced de esos banqueros, barones mediáticos y otros magnates que dirigen y poseen todo”.

Esta cita no es de un indignado o de un furibundo izquierdista. Aunque no lo parezca, es de un conocido publicista conservador británico, Charles Moore, biógrafo autorizado de Margaret Thatcher, y se contiene en un artículo que apareció el pasado 22 de julio en The Telegraph. El revuelo que originó entre sus propias filas fue de órdago. Piensen que llevaba el provocador título de Estoy empezando a pensar que la izquierda en realidad tiene razón. Y por lo que dice en el artículo, su descripción no difiere gran cosa de la que se haría desde cualquier posición de izquierdas. Otra perla referida a la crisis de la Eurozona: los gobernantes europeos parecen estar “dispuestos a casi cualquier indignidad antes de que se perjudique a los banqueros”; y los trabajadores de diferentes localidades europeas deben perder sus empleos con tal de que “los banqueros en Frankfurt y los burócratas de Bruselas puedan dormir tranquilos”.

No es que Moore haya sufrido una súbita conversión izquierdista. Se trata más bien de un lamento por el fracaso del proyecto del conservadurismo en su intento por conseguir mejores condiciones de vida para todos a través del libre mercado. Al final, el resultado de la revolución conservadora ha sido bien distinto de aquel que esperaban sus defensores, y la tradicional crítica de izquierdas ofrecería un reflejo de la situación actual mucho más certero que la derecha, huérfana ya de ideas que sustenten con convicción su proyecto. Lo que pretende es sacar a la derecha de su letargo y autocomplacencia para que sepa contrarrestar los estragos potenciales que puede provocar el escenario de un mundo crecientemente injusto y diseñe un nuevo discurso a la altura de las circunstancias. Y concluye con la esperanza de que, como tantas veces ha ocurrido, el conservadurismo se salve “gracias a la estupidez de la izquierda”.

Muy estúpida debe ser esta, en efecto, para que no haya conseguido sacar ningún rédito de una situación perfectamente radiografiada por el autor mencionado. Quedándonos en Europa, y a la vista de la lastimera situación electoral de la izquierda en todo el Continente, ¿de qué le sirve “tener la razón” si no puede trasladarla después a un discurso que sea convincente para los ciudadanos? Si el emperador está desnudo, ¿cómo es que no lo vemos? ¿Qué es lo que está haciendo tan mal? Desde luego, si tuviera una respuesta se la regalaría a Rubalcaba. No debe ser fácil encontrarle una solución cuando todos los think-tanks de la izquierda europea se están devanando los sesos por encontrarla.

Lo que sí se observa, sin embargo, y vuelvo sobre uno de mis temas, es que a cada una de las dos grandes ramas de la izquierda —la “sistémica” y la radical, por simplificar—, le falta lo que le sobra a la otra. Una, la “sistémica”, está excesivamente pegada a la realidad, al cálculo electoral y a ofrecer propuestas de gestión pura y dura; la otra, por el contrario, se regocija en el espectáculo y la denuncia de las nuevas injusticias, pero no dice una palabra de cómo transitar desde donde estamos a un mundo mejor sin que todo se derrumbe. A una le pierde su inmersión completa en las lógicas de la lucha partidista, la atención a la proyección mediática, su respeto por el orden establecido; a la otra le perjudica su extremado moralismo y su desprecio por las cuestiones de medios. Una aparece como fría y calculadora; la otra como demasiado pasional y utópica. Falta alguien que nos ofrezca una síntesis, el punto medio aristotélico, la perfecta combinación de pragmatismo y utopía. No es poca cosa.

Mientras tanto avanza, imparable, la derecha cínica, esa que, como hemos visto, avergüenza incluso a un importante sector de la derecha tradicional que sí se había creído las bondades del libre mercado, sigue profesando el poder de las ideas y siente una verdadera urgencia por enmendar los excesos a que ha conducido la codicia sin límites y la aparición de asimetrías inaceptables. Si la izquierda no se da prisa puede que sea esa derecha renovada quien acabe por volver a robarle la cartera.

El País 15 SEP 2011

dijous, 15 de setembre del 2011

De la indignación al compromiso


Asistimos a una crisis mucho más profunda que la crisis financiera. Es la crisis de un modelo de desarrollo ambientalmente insostenible, de un modelo económico socialmente injusto y de un modelo político en el que los partidos gobernantes, supeditados a los poderes económicos, han pervertido la esencia de la política y de la democracia -que, no olvidemos, significa gobierno del pueblo- cambiando el gobierno de la ciudadanía por el de los mercados financieros. Tenemos la convicción de la necesidad de una renovación radical de la política, en España y en el mundo, para regenerar la democracia y hacer que la economía esté al servicio de las personas de acuerdo con las necesidades reales de la sociedad y los límites de la biosfera. Estamos en ello.
Compartimos la visión de quienes consideran que la izquierda ahora gobernante tiene un problema mucho más grave que el del avance electoral de la derecha, que es su falta de horizonte y su incapacidad de imaginar otra receta que la de aceptar las presiones antisociales y degradar los derechos públicos y las condiciones laborales. A su vez, hoy no basta con las opciones tradicionales a su izquierda que no solo no han llegado a recoger el voto ofendido sino que han envejecido como alternativa. Si queremos ir más allá, no solo queremos detener a la derecha, sino también cambiar la izquierda.
Porque las respuestas del siglo pasado no sirven para el siglo XXI y porque a los ideales solidarios hay que sumar nuevos valores: la equidad entendida como igualdad de oportunidades y protección social; el ahorro, la mesura y la eficiencia en el uso de los recursos; la responsabilidad para con las personas y la sociedad, con los animales y con las generaciones futuras; el equilibrio en las relaciones con la naturaleza; la independencia de las instituciones públicas respecto a los poderes económicos; la gestión transparente, honesta y eficiente de lo público al servicio de la ciudadanía, la democracia participativa y deliberativa; el pacifismo activo... para abrir caminos hacia otro proyecto realista de sociedad y de civilización en el que sea posible la convivencia pacífica y el bienestar humano para toda la población, ajustando el desarrollo a los límites físicos y biológicos del planeta, en un mundo que, aunque no perfecto, sea viable para todos y más justo.
Estos valores, sobre los cuales debería ser posible encontrar en la sociedad un amplio entendimiento -más allá de las percepciones ideológicas tradicionales-, deberían configurar una línea de salida concreta a la crisis económica actual, que no solo ha provocado ya cinco millones de desempleados en nuestro país y 200 millones en todo el mundo, sino que amenaza con desmantelar el Estado de bienestar, los derechos laborales y la protección social en Europa y con arruinar las perspectivas de una globalización equitativa a escala mundial.
Esa salida es posible: hay otras alternativas más justas y eficientes para superar la crisis. Alternativas como incrementar los ingresos con una adecuada fiscalidad dirigida a los que más ganan, más tienen y más contaminan; modulando la reducción del gasto reduciéndolo de las subvenciones a las actividades contaminantes, de las inversiones en infraestructuras ruinosas -AVE sin pasajeros, aeropuertos sin aviones, autopistas solitarias-, de los gastos militares y eclesiales, etcétera... en vez de quitárselo a los pensionistas o a los empleados públicos, que educan a nuestros hijos, curan a nuestros enfermos y cuidan a nuestros mayores.
Las empresas, por su parte, lo que realmente necesitan no es más flexibilidad para despedir, sino más crédito para producir y contratar.
Es otro enfoque, perfectamente viable. Es necesaria una nueva política económica que tenga como objetivo la creación de empleo, especialmente en la economía verde y en los servicios sociales.
Pero este nuevo enfoque requiere abrirse camino a escala europea, porque no hay soluciones Estado por Estado. No habrá protección de la sociedad frente a los mercados financieros mientras no haya una respuesta diferente de las autoridades europeas: solo una mayor unidad política, económica y fiscal europea -con bonos europeos para una financiación de las deudas soberanas a menores tasas de interés y a más largo plazo, con una agencia europea de calificación y con una tasa a las transacciones financieras- impedirá que el manejo de la deuda griega y la de los demás países periféricos por parte de los mercados financieros acabe por llevar al euro al colapso y a Europa a la ruina.
Los Verdes europeos, con los que nos identificamos, se están batiendo en el Parlamento Europeo por soluciones similares y han propuesto un green new deal para Europa, porque solo la economía verde y baja en carbono permitirá avanzar hacia otro modelo productivo y de consumo frente a una crisis que no es solo financiera y económica, sino también energética, climática y ecológica.
La peculiar situación española, con un desempleo insoportable, aconseja emprender esa dirección. Posibilidades no faltan: España cuenta con un potencial extraordinario en el desarrollo de las energías renovables, con la mayor superficie cultivada de agricultura ecológica, con capacidades tecnológicas en sectores emergentes, con excelentes profesionales en salud, investigación científica y educación, con una sociedad civil emprendedora... que podrían llevar a construir un desarrollo diferente y con pleno empleo. Pero con trabajos menos vulnerables y más sostenibles: solo las actividades generadoras de empleos verdes, como las energías renovables, la agricultura ecológica, el transporte sostenible, la rehabilitación de edificios, etcétera... podrían generar dos millones de nuevos empleos e importantes beneficios sociales, ambientales y económicos.
Recientemente, el autor de ¡Indignaos!, Stéphane Hessel, nos decía que ahora es el momento de pasar de la indignación al compromiso, cada quien desde su ámbito. Quienes suscribimos este artículo lo hacemos desde el ámbito de la política. Hemos acogido receptivamente las movilizaciones sindicales contra la reforma laboral, las reflexiones y propuestas de las gentes de la cultura y escuchado con atención las demandas indignadas de las plazas tras el 15-M, con las que coincidimos. Pensamos que no solo deben cambiar las políticas, sino también la política. Hacen falta reformas electorales y constitucionales de gran calado, una nueva transición para una mejor representación de la ciudadanía, más activa y directa, el fin del bipartidismo y de la partitocracia, un nuevo empoderamiento popular y un republicanismo participativo en el que el poder esté más repartido, con partidos más democráticos, transparentes y refractarios a la corrupción, con organizaciones sociales y ciudadanas más representativas y con más poder de consulta, control y codecisión, donde la iniciativa legislativa popular y los referendos locales, autonómicos y estatales sean instrumentos habituales y normalizados de ejercicio de la democracia... Una democracia que no lo fíe todo a lo representativo, sino que para ganar legitimidad se le añadan instrumentos de democracia participativa y deliberativa.
El desafío no es menor. El momento histórico y la demanda de la sociedad nos exigen algo nuevo e intentarlo hacer en el sentido más amplio y unitario posible. En este contexto queremos contribuir dinamizando un amplio movimiento político que promueva salidas viables, y, por tanto, distintas de la crisis que padecemos, en clave de equidad social, sostenibilidad ambiental y de mayor democracia. Queremos contribuir a construir un nuevo espacio político plural que ofrezca un cauce de participación a las personas que no se resignan a contemplar pasivamente esta situación; especialmente, queremos crear un espacio de activismo político para las generaciones emergentes y de construcción de alternativas para todas las personas que estén dispuestas a comprometerse generosamente para encontrar, individual y colectivamente, soluciones de actualidad a los desafíos de nuestro tiempo. Ese es nuestro compromiso

Juan López de Uralde, EQUO, comisión promotora; Inés Sabanés, EQUO; Joan Herrera, secretario general de ICV; Mónica Oltra, diputada de las Cortes Valencianas por Compromís; David Abril, secretario general de Iniciativa Verds (Baleares) y Mario Ortega fue coordinador de Los Verdes de Andalucía.

PUBLICAT A EL PAÍS. 14.09.2011

divendres, 2 de setembre del 2011

Generación sin futuro


“El mundo será salvado, si puede serlo, sólo por los insumisos.” André Gide

Primero fueron los árabes, luego los griegos, a continuación los españoles y los portugueses, seguidos por los chilenos y los israelíes; y el mes pasado, con ruido y furia, los británicos. Una epidemia de indignación está sublevando a los jóvenes del mundo. Semejante a la que, desde California hasta Tokio, pasando por París, Berlín, Madrid y Praga, recorrió el planeta en los años 1967-1968, y cambió los hábitos de las sociedades occidentales. En una era de prosperidad, la juventud pedía paso entonces para ocupar su espacio propio.

Hoy es diferente. El mundo ha ido a peor. Las esperanzas se han desvanecido. Por vez primera desde hace un siglo, en Europa, las nuevas generaciones tendrán un nivel de vida inferior al de sus padres. El proceso globalizador neoliberal brutaliza a los pueblos, humilla a los ciudadanos, despoja de futuro a los jóvenes. Y la crisis financiera, con sus “soluciones” de austeridad contra las clases medias y los humildes, empeora el malestar general. Los Estados democráticos están renegando de sus propios valores. En tales circunstancias, la sumisión y el acatamiento son absurdos. En cambio, las explosiones de indignación y de protesta resultan normales. Y se van a multiplicar. La violencia está subiendo...

Aunque, en concreto, el formato mismo del estallido no es semejante en Tel Aviv y Santiago de Chile o Londres. Por ejemplo, la impetuosa detonación inglesa se ha distinguido, por su alto grado de violencia, del resto de las protestas juveniles, esencialmente no violentas (aunque no hayan faltado los enfrentamientos puntuales en Atenas, Santiago de Chile y varias capitales).

Otra diferencia esencial: los amotinados ingleses, quizás por su pertenencia de clase, no supieron verbalizar su desazón. Ni pusieron su furor al servicio de una causa política. O de la denuncia de una iniquidad concreta. En su guerrilla urbana, ni siquiera saquearon con ira sistemática los bancos... Dieron la (lamentable) impresión de que sólo las maravillas de los escaparates atizaban su rabia de desposeídos y de frustrados. Pero, en el fondo, como tantos otros “indignados” del mundo, estos revoltosos expresaban su desesperación, olvidados por un sistema que ya no sabe ofrecerles ni un puesto en la sociedad, ni un porvenir.

Un rasgo neoliberal que, de Chile a Israel, irrita particularmente es la privatizacion de los servicios públicos. Porque significa un robo manifiesto del patrimonio de los pobres. A los humildes que no poseen nada, les queda por lo menos la escuela pública, el hospital público, los transportes públicos, etc. que son gratuitos o muy baratos, subvencionados por la colectividad. Cuando se privatizan, no sólo se le arrebata a la ciudadanía un bien que le pertenece (ha sido costeado con sus impuestos) sino que se desposee a los pobres de su único patrimonio. Es una doble injusticia. Y una de las raíces de la ira actual.

A este respecto, para justificar la furia de los insurrectos de Tottenham, un testigo declaró: “El sistema no cesa de favorecer a los ricos y de aplastar a los pobres. Recorta el presupuesto de los servicios públicos. La gente se muere en las salas de espera de los hospitales después de haber esperado a un médico una infinidad de horas...” (1).

En Chile, desde hace tres meses, decenas de miles de estudiantes, apoyados por una parte importante de la sociedad, reclaman la desprivatización de la enseñanza (privatizada bajo la dictadura neoliberal del general Pinochet, 1973-1990). Exigen que el derecho a una educación pública y gratuita de calidad sea inscrito en la Constitución. Y explican que “la educación ya no es un mecanismo de movilidad social. Al contrario. Es un sistema que reproduce las desigualdades sociales” (2). A fin de que los pobres sean pobres para la eternidad...

En Tel Aviv, el 6 de agosto pasado, al grito de “¡El pueblo quiere la justicia social!”, unas 300.000 personas se manifestaron en apoyo al movimiento de los jóvenes “indignados” que piden un cambio en las políticas públicas del gobierno neoliberal de Benyamin Netanyahou (3). “Cuando a alguien que trabaja –declaró una estudiante– no le alcanza ni siquiera para comprar de comer es que el sistema no funciona. Y no es un problema individual, es un problema de gobierno” (4).

Desde los años 1980 y la moda de la economía reaganiana, en todos estos países –y singularmente en los Estados europeos debilitados hoy por la crisis de la deuda–, las recetas de los gobiernos (de derechas o de izquierdas) han sido las mismas: reducciones drásticas del gasto público, con recortes particularmente brutales de los presupuestos sociales. Uno de los resultados ha sido el alza espectacular del paro juvenil (en la Unión Europea: 21%; en España: ¡42,8%!). O sea, la imposibilidad para toda una generación de entrar en la vida activa. El suicidio de una sociedad.

En vez de reaccionar, los gobiernos, espantados por los recientes derrumbes de las Bolsas, insisten en querer a toda costa satisfacer a los mercados. Cuando lo que tendrían que hacer, y de una vez, es desarmar a los mercados (5). Obligarles a que se sometan a una reglamentación estricta. ¿Hasta cuándo se puede seguir aceptando que la especulación financiera imponga sus criterios a la representación política? ¿Qué sentido tiene la democracia? ¿Para qué sirve el voto de los ciudadanos si resulta que, a fin de cuentas, mandan los mercados?

En el seno mismo del modelo capitalista, las alternativas realistas existen. Defendidas y respaldadas por expertos internacionalmente reconocidos. Dos ejemplos: el Banco Central Europeo (BCE) debe convertirse en un verdadero banco central y prestarle dinero (con condiciones precisas) a los Estados de la eurozona para financiar sus gastos. Cosa que le está prohibida al BCE actualmente. Lo que obliga a los Estados a recurrir a los mercados y pagar intereses astronómicos... Con esa medida se acaba la crisis de la deuda.

Segundo: dejar de prometerlo y pasar a exigir ya la Tasa sobre las Transacciones Financieras (TTF). Con un modesto impuesto de un 0,1% sobre los intercambios de acciones en Bolsa y sobre el mercado de divisas, la Unión Europea obtendría, cada año, entre 30.000 y 50.000 millones de euros. Suficiente para financiar con holgura los servicios públicos, restaurar el Estado de bienestar y ofrecer un futuro luminoso a las nuevas generaciones.

O sea, las soluciones técnicas existen. Pero ¿dónde está la voluntad política?

(1) Libération, París, 15 de agosto de 2011.
(2) Le Monde, París, 12 de agosto de 2011.
(3) Según una encuesta de opinión, las reivindicaciones de los “indignados” israelies cuentan con la aprobación del 88% de los ciudadanos. (Libération, op. cit.)
(4) Le Monde, París, 16 de agosto de 2011.
(5) Léase Ignacio Ramonet, “Desarmar a los mercados”, Le Monde diplomatique en español, diciembre de 1997.

Ignacio Ramonet
LE MONDE DIPLOMATIQUE EN ESPAÑOL. Nº 191. Sep. 2011

divendres, 12 d’agost del 2011

ASÍ HABLÓ BERLINGUER: La austeridad

ASÍ HABLÓ BERLINGUER: La austeridad



ENCUENTRO CON LOS INTELECTUALES 

Roma, Teatro Elíseo, 15 de Enero de 1977 (Traducción de JLLB. El texto italiano se encuentra en 
Una occasione per l´Italia: austerità




Ante todo quiero manifestaros la satisfacción de la Dirección del Partido por la respuesta que nuestra iniciativa ha encontrado en los intelectuales comunistas y entre los intelectuales y representantes políticos de distintas orientaciones, también de otras corrientes. La asistencia y el interés que ha levantado este encuentro indican su madurez y oportunidad: cuando nos "pusimos manos a la obra" ya estábamos convencidos de ello --más tarde volveré al significado de esta expresión— esto es: un proyecto de renovación de la sociedad italiana. 



El método de trabajo de los comunistas no es el del centro-izquierda



Este ha sido, y sigue siendo, el tema principal: la razón y la finalidad de nuestra reunión con vosotros. No nos propusimos volver a profundizar asuntos como la relación entre política y cultura, entre partido e intelectuales –aunque quisiera decir algo más sobre ellas en las conclusiones de mi intervención-- sino fundamentalmente abrir un debate sobre el tema concreto que se ha planteado en la convocatoria: ¿cuál puede ser la aportación de la cultura a la elaboración de un proyecto de renovación de la sociedad italiana? 


Esta convención ha pretendido ser, y pienso que lo ha conseguido, un momento de la construcción de dicho proyecto. Así pues, no creo que se pueda dar lugar a desilusiones tanto por vuestra parte como por la nuestra. Solamente se podría sentir decepcionado quien entendiera, equivocadamente, el sentido de nuestra propuesta; y, más en general –desconociendo los métodos de trabajo de los comunistas— pensara que los compañeros Aldo Tortorella y Giorgio Napolitano (o yo mismo) hemos venido aquí para presentaros un plato precocinado, al que vosotros sólo tendríais que añadir los condimentos y decir si os gusta o no. Por el contrario, decidimos convocaros antes de llegar, como partido, a un proyecto acabado en sus diversas partes. Por la simple razón de que dicho proyecto ha de ser el resultado de una investigación, de un trabajo común que tienen una envergadura muy superior al que está realizando y realizará el núcleo dirigente de nuestro partido. En efecto, aunque sólo fuera para no recaer en la experiencia negativa del centro-izquierda, teníamos y tenemos que evitar el error de proyectos elaborados sólo desde un despacho. 


El compañero Napolitano os ha explicado que la Dirección del Partido ha creado una comisión que ya está trabajando en tal proyecto, y ha aclarado también que antes de presentar sus propuestas al Comité Central queremos llevar a cabo una verificación de masas de las propuestas a formular; queremos estimular la participación de todos los que deseen comprometerse activamente en el cambio de sociedad; queremos, en definitiva, hacer algo que, por su método y esencia, no se haya hecho nunca en Italia: llegar a un proyecto de transformación discutido entre y con la gente. Y como para transformar nuestra sociedad no hemos de aplicar doctrinas o esquemas ni copiar modelos ajenos ya existentes, sino recorrer nuevos caminos, todavía por explorar, inventar algo nuevo pero que ya esté bajo la piel de la historia, algo maduro, necesario; y por consiguiente posible, es natural que el primer momento de nuestro trabajo haya sido y tenga que ser el encuentro con las fuerzas que son, o deberían ser, creativas por definición: con los intelectuales, con las fuerzas de la cultura. 


En mi opinión, sólo puede ser la forma de proceder del partido más representativo de la clase obrera, de la formación política que tiende continuamente a realizar una síntesis entre espontaneidad y reflexión, entre inmediatez y perspectiva. Y, por lo tanto, entre clase obrera e intelectuales; entre la fuerza social que hoy es el principal motor de la historia y las capas portadoras de pensamiento, que expresa la acumulación y el desarrollo de la cultura y la civilización. 


Esta reunión constituye un primer resultado positivo del esfuerzo que estamos realizando; que deberá continuar intensificándose entre los intelectuales y el mundo de la cultura, tanto de la desagregación de nuestro trabajo de la que hablaba el compañero Alberto Asor Rosa, y que deberá llevarse a cabo por materias, por grandes sectores, como mediante iniciativas como las que ha indicado el compañero Tortorella (especialmente lo que ha planteado y a lo que tendremos que prestarle gran atención, en el sentido de promover en las instituciones culturales un conjunto de conferencias con un carácter similar, salvadas las lógicas diferencias, a las conferencias de producción que hemos impulsado y continuaremos en esa línea en las fábricas), o bien mediante otras iniciativas que susciten la aportación de los obreros, campesinos, técnicos, los dirigentes de fábricas, las masas juveniles y sus organizaciones, las mujeres y sus asociaciones. 



Dar un sentido y una finalidad a la política de austeridad: pero ¿qué austeridad? 




¿Cuál es el origen de la necesidad de ponernos a pensar y trabajar en un proyecto de transformación de la sociedad que indique objetivos y metas a perseguir y alcanzar en los próximos tres o cuatro años, pero que se concreten en hechos y medidas inmediatas que indiquen su puesta en marcha? Esta necesidad nace de la consciencia de darle un sentido y una finalidad a la política de austeridad que es una opción obligada y duradera y, simultáneamente, una condición de salvación para los pueblos de Occidente y, muy especialmente, al pueblo italiano. 


La austeridad no es hoy un mero instrumento de política económica al que recurrir para salvar una dificultad temporal, coyuntural, para permitir la recuperación y restauración de los viejos mecanismos económicos y sociales. Así conciben la austeridad los grupos dominantes y las fuerzas políticas conservadoras. Por el contrario, para nosotros la austeridad es el medio de impugnar la raíz y sentar las bases para la superación de un sistema que ha entrado en una crisis estructural y de fondo, no coyuntural, y cuyas características distintivas son el derroche y el desaprovechamiento, la exaltación de los particularismos e individualismos más exacerbados, del consumismo más desenfrenado. Austeridad significa rigor, eficiencia, seriedad y también justicia; es decir, lo contrario de todo lo que hemos conocido y pagado hasta la presente, que nos ha conducido a la gravísima crisis cuyos daños hace años que vienen acumulándose y se manifiestan hoy en Italia en todo su dramático alcance. En base a tal enfoque el movimiento obrero puede enarbolar la bandera de la austeridad. 


Austeridad es para los comunistas una lucha efectiva contra la situación existente, contra la evolución espontánea de las cosas; y, al mismo tiempo, premisa y condición material para realizar el cambio. Concebida de esta manera, la austeridad se convierte en un arma de lucha moderna y actualizada tanto contra los defensores del orden económico y social existentes como contra los que la consideran como la única solución posible de una sociedad destinada orgánicamente a permanecer atrasada, subdesarrollada y cada vez más desequilibrada, cada vez más cargada de injusticias, contradicciones y desigualdades. 


Así pues, lejos de ser una concesión a los intereses de los grupos dominantes o a las necesidades de supervivencia del capitalismo, la austeridad puede ser una opción con un avanzado y concreto contenido de clase; puede y debe ser una de las formas en las que el movimiento obrero se erige en portador de una organización diferente de la vida social, a través de una lucha por afirmar, en las condiciones actuales, sus antiguos y siempre válidos ideales de liberación. Efectivamente, pienso que en las actuales condiciones es inimaginable luchar realmente y con eficacia por una sociedad superior sin partir de la necesidad imprescindible de la austeridad. 


Pero la austeridad, según los contenidos y las fuerzas que la encaucen, puede utilizarse como instrumento de depresión económica, de represión política; o como ocasión para un desarrollo económico y social nuevos, para un riguroso saneamiento del Estado, para una profunda transformación de la organización social, para la defensa y expansión de la democracia. En una palabra: como medio de justicia y liberación del hombre y de todas sus energías, hoy postradas, dispersas y desperdiciadas. 



Las consecuencias en los países capitalistas del avance del movimiento de liberación de los pueblos del Tercer Mundo. 



En otras ocasiones, incluso recientemente, hemos recordado las profundas razones históricas –no sólo las italianas, desde luego-- que hacen necesaria, y no sólo coyunturalmente, una política de austeridad. Hay varias razones. Pero debemos recordar que el acontecimiento más importante, con sus efectos que ya no son reversibles, ha sido y seguirá siendo la irrupción en el escenario mundial de una serie de países y pueblos, antes coloniales, que se van liberando de la dependencia y el subdesarrollo a las que estaban condenados la dominación imperialista. Se trata de dos terceras partes de la humanidad que ya no toleran vivir en condiciones de hambre y miseria, de marginación e inferioridad frente a otros pueblos y países que han dominado hasta ahora la vida mundial. 


Se trata de un movimiento extremadamente multiforme y complejo. Son enormes las diferencias económicas, sociales, culturales y políticas que existen tanto en el interior de lo que solemos llamar el Tercer Mundo como en sus relaciones exteriores. Muy en especial, en los últimos tiempos se ha ido concretando una tendencia hacia alianzas entre los grupos dominantes de los países capitalistas más desarrollados y los de ciertos países en vías de desarrollo. Son unas alianzas que perjudican a otros países más pobres y débiles y al conjunto de los movimientos populares y progresistas. No han sido ni son solamente los Kissinger sino también los Yamani, quienes han seguido y continúan una política de hostilidad contra los Estados y las fuerzas políticas que luchan por la renovación de su propio país, incluídas las fuerzas avanzadas del movimiento obrero occidental. 


Debemos captar esas diferencias en el seno del Tercer Mundo y tenerlas en cuenta. Pero no podemos perder de vista el significado general del grandioso movimiento que protagonizan esos pueblos: un movimiento que cambia el rumbo de la historia mundial, que va rompiendo todos los equilibrios que han sido y los actuales, no sólo los relativos a las relaciones de fuerza a escala mundial sino también los internos de cada uno de los países capitalistas. Es ese movimiento el que fundamentalmente, con su acción profunda, hace estallar las contradicciones de toda una fase de desarrollo capitalista postbélico y genera en ciertos países unas condiciones de crisis con una gravedad sin precedentes. 


Bajo el telón de fondo de esta agudización de los conflictos, mal encubierta por frágiles solidaridades, entre grupos y países capitalistas destacan con una nitidez cada vez mayor toda una serie de procesos de disgregación y decadencia que hacen cada vez menos soportables las condiciones de existencia de amplias masas populares, amenazando no sólo las bases de la economía sino incluso las de nuestra propia civilización y desarrollo. 


No es necesario describir los mil signos en los que se manifiesta esta tendencia que hiere y degrada tan profundamente la vida y la cultura. Lo que debe quedar claro para todo el que quiera las razones y los objetivos de nuestra política –tanto en el interior de nuestro país como en las relaciones con las fuerzas progresistas del mundo-- es que se puede resumir en un esfuerzo de movilización e investigación para parar esta tendencia e invertirla. 



Dos premisas fundamentales para poner en marcha "una transformación revolucionaria de la sociedad". 



Tengo para mí que estamos viviendo uno de esos momentos en los que, como afirma el Manifiesto Comunista, en algunos países con el nuestro, si no se pone en marcha "una transformación revolucionaria de la sociedad" se puede caer en el hundimiento común de las clases antagonistas", es decir, en la decadencia de la civilización, en la ruina de un país. 


Pero sólo se puede poner en marcha una transformación revolucionaria en las condiciones actuales si se saben afrontar los nuevos problemas que se plantean en Occidente por el movimiento de liberación de los pueblos del Tercer Mundo; y esto en nuestra opinión –en la opinión de los comunistas italianos-- tiene para Occidente, y sobre todo para nuestro país, dos implicaciones fundamentales: 1) abrirse a una plena comprensión de las razones del desarrollo y la justicia de esos países y establecer con ellos una política de cooperación sobre bases igualitarias; 2) abandonar la ilusión de que es posible perpetuar un tipo de desarrollo, basado en la expansión artificial del consumo individual, que es fuente de derrroche y parasitismo, de privilegios y dilapidación de los recursos y desequilibrios financieros. 


Por eso, la política de austeridad no es de nivelación tendencial hacia loa indigencia ni ha de proponerse como objetivos la mera supervivencia de un sistema económico y social que ha entrado en crisis. Por el contrario, ha de tener como finalidad –por eso puede y debe ser asumida por el movimiento obrero-- instaurar la justicia y la eficacia, el orden y una nueva moralidad. Concebida de esa manera, una política de austeridad, aunque implique (necesariamente por su propia naturaleza) determinadas renuncias y determinados sacrificios, adquiere al mismo tiempo u significado renovador y se convierte en un acto de libertad para grandes masas sometidas a viejas subordinaciones y a intolerantes marginaciones, creando nuevas solidaridades y, consiguiendo un consenso creciente, se convierte en un amplio movimiento democrático al servicio de una tarea de transformación social. 


Precisamente porque ésta es nuestra perspectiva, pienso que debe reconocerse que hasta ahora la política de austeridad no ha sido presentada al país –ni tampoco se ha aplicado en la práctica—dentro de un espíritu de consciencia y confianza, y no de resignación. Y si bien podemos admitir –mejor dicho, hemos de admitir-- que ha habido insuficiencias y oscilaciones del movimiento obrero y de nuestro partido, las principales deficiencias debemos imputárselas a las fuerzas que gobiernan el país. 


No pretendo examinar aquí las diversas medidas de política económica que el gobierno ha aplicado o está preparando, ni recordar nuestra actitud ante las mismas. Son conocidas las posiciones, unas veces favorables y otras críticas, adoptadas por nuestro Partido ante los diferentes aspectos de la política económica. Por otra parte, como sabéis, en este misma sala compañeros competentes –en una positiva discusión con representantes de otros partidos e ilustres economistas, en presencia también de miembros del gobierno—trataron el tema del marco económico global y de las intervenciones que han de realizar el gobierno y los partidos. 



Falta de vigor, de valentía y estrechez de perspectivas en la política de austeridad del gobierno. 



Quiero insistir en una crítica de carácter general que los comunistas continuamos formulando contra la actuación del gobierno. Efectivamente, la política de austeridad sigue estando viciada por la falta de vigor, de valentía y de perspectivas. Por ejemplo, todavía no se ha sabido suscitar el necesario movimiento de masas contra los despilfarros. Contra el derroche en sentido directo, que todavía son enormes –piénsese en la energía y en la organización sanitaria-- y contra el derroche en sentido indirecto y amplio, como los que se derivan del laxismo de las empresas, en el sistema educativo y en la administración pública; o los que han denunciado aquí con especial severidad los profesores Carapezza, Nebbia, Maldonado y otros, que vienen de imprevisiones cuyo peso notamos ya en la actualidad y de enormes errores cometidos en la política del suelo, del territorio y del medio ambiente, o de la negligencia en el campo de la investigación. Es necesaria una amplísima acción contra el despilfarro y por el ahorro en todos los terrenos. Esa acción requeriría el estímulo, la dirección y la iniciativa continua de un gobierno que supiera ganarse la confianza política y moral, que es indispensable en la actualidad. 


No es casual, por supuesto, tan deficiencia, pues una acción de ese calibre no se organiza sólo mediante la propaganda, que tampoco estará a la altura de las necesidades sino que requiere que se detecten y ataquen toda serie de intereses creados muy concretos, buena parte de los cuales constituyen la base en la que se apoya el sistema de poder de la Democracia Cristiana. 


Pero lo que resulta más evidente, con efectos muy negativos, es la estrechez de perspectivas que caracteriza la política de austeridad propugnada y aplicada hasta ahora por el gobierno. Aquí reside la principal diferencia que nos separa de los representantes del gobierno y de los grupos económicos dominantes. En ellos se percibe, en el fondo, un estado de ánimo de rendición, o sea, lo contrario de lo que se necesitaría para que el pueblo asumiera con determinado convencimiento los sacrificios imprescindibles. Para realizar el esfuerzo adecuado, el país necesitaría tener unas perspectivas claras; o, por lo menos, algunos elementos fundamentales de una nueva perspectiva. En cambio, los representantes de las viejas clases dominantes y muchos hombres del gobierno, se limitan, en el mejor de los casos, al objetivo de colocar a Italia en los mismos raíles por los que discurría el desarrollo económico antes de la crisis, como si aquellas vías y aquellos modelos de desarrollo pudieran representar todavía una sociedad deseable; como si la crisis de estos últimos años y de la actualidad no fuera exactamente la crisis de aquel modelo de sociedad: una crisis que no sólo se manifiesta en Italia sino también, aunque de maneras diferentes, en otras naciones europeas. 


Para nosotros resulta muy clara la razón de esa falta de vigor, de valentía y de perspectivas en la política de austeridad. En esas deficiencias vemos la evidencia de de un proceso histórico caracterizado por la decadencia irremediable de la función dirigente de la burguesía y la confirmación de que esa función dirigente comienza ya a desplazarse hacia el movimiento obrero y las fuerzas populares unidas: naturalmente a una clase obrera y unas masas populares si son capaces de demostrar la madurez necesaria para convertirse en una fuerza que dirija democráticamente a toda la sociedad hacia la salvación y el renacimiento. Esto requiere que, en las propias filas del movimiento obrero y en sus organizaciones económicas y políticas se aplique con más amplitud y responsabilidad un espíritu autocrítico que conduzca a la superación de las actitudes negativas y distorsionantes, de subordinación y de extremismo, que todavía tienen un peso notable, y dificultan en lo concreto la solución positiva de problemas de inmediata actualidad como el saneamiento económico, productivo y financiero de la sociedad y del Estado. 



No podemos esperar a estar en el gobierno para presentar un proyecto de renovación. Hay que actuar inmediatamente



Para comprometernos en un proyecto de renovación de la sociedad y para lanzar la propuesta de ponernos a trabajar en su definición no podemos esperar a que maduren las condiciones en los partidos para entrar nosotros en el gobierno. Esta constituye una necesidad más urgente que nunca. Pero, mientras tanto, tenemos el deber de poner en marcha las iniciativas oportunas que respondan a las necesidades de lucha que el movimiento obrero no puede aplazar, y a no posponer los intereses generales del país en el marco político actual. Que, a pesar de todas las insuficiencias, refleja los profundos efectos positivos del avance popular y comunista de estos años, especialmente el pasado 20 de Junio (1). 


La propuesta del proyecto nace también de una necesidad propia del movimiento obrero: evitar que no se comprendan bien las razones objetivas, la exigencia de una política de austeridad o caer en el riesgo de acomodarse a la rutina cotidiana viviendo al día. Sin embargo, y ante todo, tiene su origen en una exigencia general de toda la nación que necesita un horizonte diferente y unos puntos concretos de referencia. 


La fase actual de nuestra vida nacional está, sin lugar a dudas, cargada de riesgos, pero nos ofrece a todos la gran ocasión de una tarea renovadora. No podemos dejar pasar esta ocasión; es quizás la más importante, dicho sea sin asomo de retórica, que se le ha presentado al pueblo italiano y a sus fuerzas políticas más responsables desde el nacimiento de nuestra república. Aquí reside una peculiaridad italiana, de este país nuestro desequilibrado y desordenado, pero vivo, cargado de energías, fuente de un gran espíritu democrático; de esta Italia nuestra que es tal vez la nación donde la crisis ha adquirido mayor gravedad que en otros lugares del mundo capitalista (no sólo en su aspecto económico, sino también político, de amenaza a las instituciones), pero también donde son mayores las posibilidades de trabajar dentro de la propia crisis para convertirla en ocasión de un cambio general de la sociedad. 


Nuestra iniciativa no es, pues, un acto de propaganda o de exhibición de nuestro partido. Quiere ser un acto de confianza. Pretende ser, nuevamente, un acto de unidad: una aportación que estimula la de otros partidos con la idea de iniciar un trabajo y un compromiso comunes, capaces de conseguir una convergencia de fuerzas democráticas y populares. Por su carácter y su intencionalidad unitarios, nuestro proyecto no pretende ser --y creo que no debe ser-- un programa de transición socialista. De forma más modesta y concreta ha de proponerse esbozar un desarrollo de la economía y de la sociedad, cuyas características y nuevas formas de funcionamiento pueden atraer, también, la adhesión y el consenso de los italianos, que –aunque no profesen ideas comunistas o socialistas— notan claramente la necesidad de liberarse a sí mismos, y liberar a la nación de las injusticias y aberraciones, de las absurdidades y desgarramientos a los que conduce la actual organización social. 


Quien sienta esta preocupación y esta sincera aspiración no puede dejar de reconocer que, para salir con seguridad de estas arenas movedizas en las que la sociedad corre el riesgo de hundirse, es indispensable introducir en ella elementos, valores y criterios socialistas. Cuando planteamos el objetivo de una programación del desarrollo, que tenga como finalidad la elevación del hombre en su esencia humana y social, y no como mero individuo contrapuesto a sus semejantes; cuando planteamos el objetivo de la superación de los modelos de consumo y de comportamiento, inspirados en un individualismo exagerado; cuando planteamos el objetivo de llegar más allá de la satisfacción de necesidades materiales, artificialmente creadas, y también más allá de la satisfacción de las actuales formas irracionales, costosas, alineantes y socialmente discriminatoria, de necesidades que, claro que sí, son esenciales cuando planteamos el objetivo de la plena igualdad y liberación efectiva de la mujer, que es hoy uno de los temas más importantes de la vida nacional, y no sólo de ésta; cuando planteamos el objetivo de la participación de los trabajadores y de los ciudadanos en el control de las empresas, de la economía, del Estado; cuando planteamos el objetivo de la solidaridad y cooperación que conduzca a una redistribución de la riqueza a escala mundial; cuando planteamos ese tipo de objetivos … ¿qué estamos haciendo sino proponer formas de vida y de relación entre los hombres y los Estados, más solidarias, más humanas y más sociales que desbordan, por lo tanto, el marco y la lógica del capitalismo? 



Salir de la lógica del capitalismo no es sólo una necesidad de la clase obrera o de los comunistas



Estos criterios, valores y objetivos –indudablemente propios del socialismo-- reflejan una aspiración, que ya no está limitada a la clase obrera y a los partidos obreros, a comunistas y socialistas, sino que la expresan también ciudadanos, capas del pueblo y trabajadores de otras formaciones ideológicas y otras orientaciones políticas, especialmente de formación e inspiración cristiana; constituyen ya una exigencia que se puede formular, y se formula, en una medida creciente desde áreas sociales mucho más amplias que la clase obrera. 


La razón principal por la que consideramos que la crisis como ocasión reside en el hecho de que los objetivos de transformación y renovación que he mencionado no son sólo compatibles con una política de austeridad, sino que deben y pueden incluirse orgánicamente en el marco de ésta, que es la premisa indispensable para superar la crisis. Pero avanzando, no retorciendo hacia el pasado. 


Efectivamente, me parece de cajón que tales objetivos contribuyen a configurar una organización social y una política económica y financiera orgánicamente dirigidas contra el despilfarro y los privilegios, contra los parasitismos y la dilapidación de los recursos. Dichos objetivos conforman lo que debería constituir la esencia de lo que, por naturaleza y definición, es una política de austeridad. Es más, se podría observar que, de la misma manera que en las sociedades en decadencia van aparejadas e imperan las injusticias y el despilfarro, en las sociedades ascendentes se establece una vinculación entre justicia y frugalidad. 


Naturalmente, esta convicción no nos lleva a olvidar sino a encarar concretamente los problemas inmediatos, las opciones a llevar a cabo, las prioridades a imponer en todos los campos de la actividad económica, financiera, fiscal o educativa, con el fin de prevenir los riesgos de desequilibrios imprevistos o de bruscos retrocesos, y de asegurar el avance, paso a paso, hacia metas de eficiencia y justicia, productividad y civismo. La búsqueda de las relaciones que han de vincular las medidas inmediatas a la puesta en marcha de esta línea de renovación será, sin duda, una de las tareas de más envergadura que tendremos que encarar a lado de quienes deseen participar en la elaboración de un proyecto acorde con las características y necesidades que hemos intentado esbozar en sus grandes líneas. 


Nuestro propósito es llegar en pocos meses a la elaboración de un texto que constituya una primera base de debate y discusión. Pero también el de estimular –antes y después de la publicación del texto-- un amplio y sostenido compromiso de iniciativa y de lucha. Precisamente porque somos conscientes de todas las dificultades de esta tarea, y también por su necesidad y su poder catalizador, nos hemos dirigido a vosotros, a todas las fuerzas intelectuales para que sean protagonistas –como ha dicho Tortorella en su acertada y eficaz exposición-- de las propuestas e iniciativas encaminadas a revitalizar, a renovar las instituciones culturales (comenzando por la escuela, la universidad y los centros de investigación) y, a la par, participen en la elaboración de las opciones globales, y no meramente sectoriales, que han de constituir la base del proyecto. 


Un llamamiento tan directo y explícito a la cultura italiana tiene hoy una razón de ser: en efecto, como todos sabemos, las fuerzas intelectuales tienen hoy en Italia, como en casi todos los países capitalistas más desarrollados, un peso social muy superior al del pasado, y están orientadas en gran medida en nuestro país en un sentido democrático y de izquierdas. Sin embargo, junto a este dato positivo (Giulio Einaudi ha destacado acertadamente esta contradicción) hay que señalar un elemento negativo: la contradicción de crisis, decadencia y prostración en las que han caído nuestras instituciones culturales después de treinta años de poder demócrata-cristiano y de desarrollo social distorsionado y desequilibrado. Y es evidente que ningún movimiento de salvación y renovación en general del país puede avanzar sin superar esa crisis; sin resolver esta contradicción, sin un aumento del saber y del amor al saber; sin una renovación de los instrumentos del saber para que la producción de la cultura y, en consecuencia, las instituciones culturales participan también en el saneamiento y renovación de toda la sociedad. 



Los comunistas italianos por la función autónoma y libre de la cultura: no pedimos obediencias a nadie



La forma en que planteamos hoy la función de la cultura en la transformación del país corresponde a una tradición, a una característica del Partido Comunista Italiano, como partido de la clase obrera, como partido democrático y nacional, como gran organismo que también es productor de cultura. Hemos luchado siempre y seguimos luchando por el progreso y la expansión de la vida cultural. Pero en nuestra actividad hemos de evitar siempre que las intervenciones que puedan minar, aunque fuera en pequeña dimensión, la autonomía de la investigación teórica, de las actividades culturales, y de la creación artística, pues estas no tienen como condición vital de desarrollo la obediencia a un partido, a un Estado o a una ideología. Sino la posibilidad de desplegarse en la libertad y el espíritu crítico más absoluto. 


Este planteamiento, que forma parte de la visión más general que tenemos en las relaciones entre democracia y socialismo, se diferencia de la de algunos partidos que están en el poder en los países socialistas; actitudes y comportamientos de poder político como los que conocemos (por ejemplo, en Checoslovaquia, donde se ha llegado a acciones de tipo represivo) son, por principio, inaceptables para nosotros. Interpretando esta posición general del partido, algunos compañeros intelectuales han tomado la iniciativa de una declaración pública que consideramos acertada y oportuna. 


Forma parte irrenunciable de nuestro patriotismo una concepción que indica como tarea del Partido Comunista, de los demás partidos democráticos y de los poderes públicos –si se orientan también en un sentido democrático-- la creación, por una parte, del clima político y moral; y, por otro lado, de las condiciones materiales, prácticas, organizativas que han de permitir el desarrollo libre y positivo de la investigación, de la iniciativa y el debate cultural. 


Pero ni los partidos, ni el Estado han de exigir obediencias, ni imponer concepciones del mundo, ni limitar de ninguna de las maneras las libertades intelectuales. 


Y yo, queridos compañeros y amigos deseo concluir mi intervención –no sin antes daros las gracias a todos y especialmente al compañero Argan, alcalde de Roma, que ha venido en representación de la ciudad y de la nueva administración popular romana-- con la serena confirmación de nuestro planteamiento, del que no hemos de alejarnos nunca. 



(1) Berlinguer se refiere a las elecciones de junio de 1976. El Partico comunista italiano consiguió 12.622.728 votos (3.550.274 más que en las anteriores) con un 34,37 por ciento. Tuvo 227 diputados, 48 más que en las anteriores (JLLB)