Pocos días antes del accidente de Fukushima, los defensores de la energía nuclear clamaban por reabrir el debate nuclear centrado en la necesidad de un “renacimiento nuclear” en España. Son los mismos que, primero, minimizaron el accidente, después dieron garantías sobre su evolución que el tiempo ha desmentido y concluyeron advirtiéndonos de que no era el momento del debate
No pretendo editorializar sobre los problemas de la energía nuclear y la necesidad de fijar ya el horizonte de cierre de las plantas españolas, pero sí traer aquí tres de los argumentos que el accidente ha puesto de actualidad:
En primer lugar, una de las consecuencias del accidente de Japón ha sido la ruina de la empresa TEPCO, propietaria de la central, y la consiguiente traslación al conjunto de la sociedad de la factura de reparación y compensación de daños. Los defensores de la energía nuclear han negado siempre la probabilidad de un accidente de estas características, pero al mismo tiempo se han esforzado en garantizarse una responsabilidad económica limitada y no han encontrado entre el capitalismo del bono basura ninguna aseguradora que cubra una póliza para este riesgo.
El argumento recurrente usado por los pro nucleares es el alto grado de exigencia en seguridad a que se somete a las plantas en un país “avanzado”. Después de Fukushima sabemos que en Japón los controles no fueron todo lo exigentes que debían, y que existió complicidad entre operadores y poder político, porque la capacidad de condicionar e influir de las grandes compañías energéticas a los poderes públicos es enorme.
No creo que este sea sólo un mal japonés. En otro ámbito –las finanzas– se ha puesto de manifiesto que los controladores no desempeñaron su labor, que trabajaron para favorecer a los que debían controlar. Una industria tan fundamental como la energética, tan dada a contratar expresidentes y exministros, cantera de administradores públicos tiene tanto o más poder de influencia que la banca. Mejor evitar el riesgo de un débil control del riesgo nuclear. Los test de la Unión Europea sólo refuerzan el temor de que los controles no han sido exigentes al máximo. ¿Cuánto tiempo podremos estar seguros de que lo son?
Por último, conocida la decisión del Gobierno de Alemania de abandonar completamente la energía nuclear en 2022 y que las ocho centrales desconectadas se quedarán así, los adalides de la energía nuclear han corrido a señalar que eso supondrá un encarecimiento de la factura eléctrica en un 6% más que ahora.
No sé que rigor tiene ese cálculo, entre otras cosas porque nadie puede saber el precio del petróleo, el gas o el rendimiento de las renovables en los años por venir. Sin embargo, me gustaría poder calcular cuanto ahorrará Alemania por la gestión, durante miles de años, de los residuos que así evitarán.
En todo caso, sé que en Alemania, Merkel ha cambiado su posición porque no hacerlo la abocaba al fracaso electoral. Pero ¡claro!, para que ser pronuclear tenga un coste en las urnas es necesario que exista la papeleta de una opción claramente antinuclear.
Llorenç Serrano Secretario confederal de Medio Ambiente de CCOO
PUBLICAT A: nuevatribuna.es 04.08.2011
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