dimarts, 18 d’octubre del 2011

Pecado, penitencia y pánico




Joan Coscubiela

Llevamos ya cuatro años de una crisis que se está manifestando profunda y grave en sus consecuencias sociales. Que está provocando graves efectos colaterales en la calidad democrática y nos dejará una profunda huella social. En estos momentos no existe todavía ni un consenso sobre las medidas a adoptar, ni siquiera una lectura compartida de las causas que la han provocado. Las diferencias nacen de la existencia de intereses sociales confrontados y de ideas en conflicto.

Asistimos a una batalla que se libra sobre todo en el terreno de la comunicación. Como explica Manuel Castells en "Comunicación y Poder", la forma esencial del poder es la capacidad para modelar la mente humana, a través de la comunicación. Y para hacerlo, nada mejor que utilizar las emociones y sentimientos. A lo largo de la historia han cambiado muchas cosas, como nos explica Nicholas Carr en su libro "¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?, Superficiales". Cambios que han venido de la mano de lo que denominan "tecnologías intelectuales" para identificar las herramientas que los humanos utilizamos para encontrar y comunicar la información, para formular ideas y hacerlas dominantes. Es el tránsito de la cultura oral de Sócrates en la escrita de Platón, propiciada por la tecnología de la escritura y posterior creación del alfabeto. O la invención de la imprenta de Gutenberg, de gran incidencia en el ejercicio del poder a través de la comunicación. O la reciente y actual "tecnología internet" que está propiciando una verdadera revolución en las formas de comunicación, en el modo de leer, de escribir, de pensar y comunicar. Y puede estar redimensionando las relaciones de poder en la sociedad del siglo XXI.

Muchos han sido los cambios en la comunicación, pero las emociones y los sentimientos siempre han jugado un papel determinante en la función de la comunicación como instrumento de poder. Lo estamos viviendo con motivo de la crisis y su explicación dominante, que utiliza elementos claves en nuestra cultura de raíces judeocristianas. Las ideas de pecado, culpa, penitencia, sacrificio y miedo están siendo utilizadas para imponer desde los poderes una determinada lectura de la crisis y de las políticas a aplicar.

Así, para explicar la principal causa de la crisis, el sobreendeudamiento en que ha entrado el sector privado de la economía, se nos habla de un pecado colectivo. Son las reiteradas alegaciones que "todo el mundo ha estirado más el brazo que la manga". Obviando que unos se endeudaron para obtener espectaculares beneficios de la especulación y otros por gregarismo social. Mientras algunos lo hicieron para invertir y crear puestos de trabajo, otros para acceder a una vivienda digna y muchos ni siquiera se endeudaron y en cambio todos están pagando con desempleo, recortes sociales e hipotecas de por vida las consecuencias de una bacanal especulativa .

Después del pecado viene el sentimiento de culpa que nos hace sentir, factor clave para que asumamos resignadamente la penitencia que conllevan las medidas de reducción salarial o de derechos laborales y recortes sociales. Este sentimiento se resume en la idea repetida de que si no aceptamos estos sacrificios pasaremos a los libros como "la generación más egoísta de la historia". En este imaginario de "generación egoísta" se incluyen indistintamente los propietarios de SICAV o de grandes patrimonios y al mismo nivel, trabajadores con contrato estable, los empleados públicos, aunque sean temporales (un 25% del total), o los autónomos y los pequeños empresarios. Así se genera un fuerte sentimiento de culpabilidad entre las personas menos afectadas por la crisis que, a pesar de tener ingresos modestos, empiezan a sentirse unos privilegiados sociales para poder disfrutar aún de derechos reconocidos en las leyes. Y algunos empiezan a sentirse culpables de no sufrir duramente la crisis, como se sienten las personas que se han salvado de un grave accidente colectivo, donde el resto no ha sobrevivido. Este sentimiento de culpabilidad las hace más sensibles a aceptar los sacrificios de la reducción de derechos, el camino para dejar de sentirse culpables.

Y por último, el miedo generado por el temor a los nuevos dioses, los mercados de capitales, que exigen sacrificios rituales en forma de recortes sociales o con medidas inútiles como la reforma de la Constitución española y amenazan a través de sus representantes en la tierra, los “lobbies”, con más desgracias si no seguimos sus mandatos. Todo un ritual con graves consecuencias sociales.
nuevatribuna.es 18 Octubre 2011

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