Pedro Luis Angosto
Estaba arrancado yerbas junto a un amigo rumano en un pequeño bancal situado en la huerta de un pueblo murciano, sí un pueblo de veinticinco mil almas para el que los gobernantes del Partido Popular habían diseñado un maravilloso plan que le haría llegar en diez años a los cien mil habitantes, pues estaban seguros que todos los ciudadanos del Condado de Lancaster pasarían sus últimos días entre nosotros. Poco les importaba que no hubiese agua ni infraestructuras ni el daño que se infringía a la naturaleza ni que los empresarios hubiesen cerrados sus fábricas para convertirse en promotores y constructores, aquello era el futuro, un futuro lleno de dúplex y adosados construidos por inmigrantes como mi amigo donde los viejecitos ingleses se dedicarían a cultivar rosas de todos los colores. Era un negocio perfecto, había que trabajar muy poco y se ganaba cien veces lo invertido. Como tantas otras veces, el cuento de la lechera. Ya ocurrió en el cincuenta y tantos cuando los empresarios del calzado se dedicaron a gastarse todo el dinero acumulado en coches impresionantes y fincas con el objetivo de hacerse rentistas como lo eran los señoritos de toda la vida. No pudieron resistir al plan de estabilización, cerraron, se fueron con sus lujosos autos a sus cortijos y la gente del pueblo salió para Barcelona, Francia, Alemania o cualquier lugar del mundo dónde se pudiera comer. Lo mismo sucedió en el setenta y tres, lo mismo ahora, sólo que ahora el ladrillo y la especulación criminal hizo que viniesen varios millones de personas de todos los rincones del planeta para ser explotados sin compasión por nuestros beatíficos “emprendedores”.
Pero me estoy yendo, como les digo, estaba con mi amigo rumano arrancando yerbas. Le pregunté si su mujer había encontrado trabajo, me dijo que sí, si se le podía llamar trabajo a lo que había encontrado. En una nave sin ventanas, en un pueblo dónde se alcanzan con frecuencia los cinco grados bajo cero y los cuarenta sobre cero en verano, un emprendedor había montado la fábrica de calzados Dalson. Su mujer, junto a treinta trabajadores más, trabajaba pegando suelas, cortando y aparando, por tres euros a la hora durante doce horas al día, lo mismo que se pagaba en 1980. Prohibido quedarse embarazada, prohibido ponerse enfermo, prohibido reclamar subidas salariales, prohibido pedir vacaciones, prohibido hablar: Eran unos privilegiados, tenía cola para sustituirlos en cualquier momento. Si la inspección laboral llegaba –el emprendedor se había gastado una millonada en cámaras exteriores en interiores para saber lo que hacían los trabajadores y cuándo llegaban los inspectores-, una alarma les avisaría para que de inmediato bajasen por una trampilla al sótano, con la obligación de permanecer en él hasta que de nuevo oyesen la alarma. Le dije que no podían consentirlo, que se unieran como antes hicieron otros trabajadores en la misma situación, que lo denunciaran, que si los despedía impidieran que entrasen los nuevos. Imposible, somos escoria, nadie quiere saber nada de nosotros, si nos plantamos no tendremos para pagar el alquiler ni dar de comer a nuestros hijos. Creo que es al revés –le dije- ese tipo no es un ser humano, es otra cosa, tenéis la obligación de organizaros y demostrarle a ese señor que vosotros si tenéis dignidad… Lo intentaremos pero la gente no quiere, mi mujer trabaja como dos, pero sale a unos ochocientos euros al mes mientras a los hombres les pagan mil. Te digo que todo eso es denunciable. En fin, ahí quedó la cosa.
Al igual que calzados Dalson –es el nombre real de la empresa- hay en este país miles de emprendedores que se dedican a robar y explotar a los trabajadores, pero no sólo en pequeñas empresas como ésta, sino en otras muy formales y conocidas dónde se contrata a teleoperadores que no llegan a los setecientos euros mensuales, a vendedores que no han visto en su vida mil euros, a costureras que sueñan con salir del trabajo antes de las diez de la noche, a ingenieros que sobrepasan en poco el salario mínimo, ¿mileuristas dicen en las tertulias? ¿Pero en qué país viven esos hombres, quién cobra ahora mismo mil euros? Ni en sueños. Y encima hay que consentir que llegue la dueña de Europa, ese pedazo de carne con ojos que impide devaluar el euro para ahogar a los países más apurados y ofrecerle después créditos casi usurarios, y dice que en España se trabaja menos que en Alemania, por supuesto que sí, no trabaja el que no tiene trabajo porque los emprendedores deben estar esperando que llegue el Partido Popular para que las condiciones labores bajen todavía más, pero el que trabaja, trabaja el doble que un alemán por la cuarta parte de salario. Ya está bien de insultos, ya está bien de tirar por los suelos a la gente del Sur, fueron gentes del Sur las que levantaron Alemania después de que Alemania destruyera Europa, GENTES DEL SUR.
Un país no se puede permitir que una cuarta parte de su economía ande por las alcantarillas, fuera de cualquier control, de cualquier regulación, en manos de desaprensivos que explotan inmisericordemente a los trabajadores, que no pagan impuestos ni contribuyen a la Seguridad Social. Un país así no tiene futuro. De una vez por todas es preciso que en este país se cumpla la ley y que la ley sea igual para todos. Se piden sacrificios y sacrificios a los trabajadores, reformas laborales, bajadas salariales, modificaciones de los convenios, más horas de trabajo, edad de jubilación más tardía. ¿Qué se pide a los banqueros que provocaron esta crisis con su nefasta política crediticia y se niegan a dar salida a los miles de viviendas en su poder al precio real que tienen hoy en día? ¿Por qué no se mete en la cárcel a los ejecutivos de Telefónica que van a repartirse 450 millones de euros y a los financieros que con su impericia y su maldad nos han metido en esta pocilga? ¿No es delito la explotación, tampoco vaciar las arcas de una empresa y dejarla descapitalizada? ¿Para cuándo la reforma empresarial, a qué esperamos para enseñarles por la fuerza de la Ley a los empresarios que no lo son a ser honrados? He aquí un dato, mientras en el primer trimestre de este año las ventas de coches de gama baja y media han disminuido un 27%, la venta de autos de lujo ha aumentado un 144%. Al parecer alguien tiene dinero, mucho dinero, al parecer alguien se ha tomado unas largas vacaciones con los dineros de antaño y hasta que cambie la cosa, ¿más? Por supuesto que sí, más, hasta que llegue ese partido que va a ganar las municipales, las autonómicas y las generales y legalice los 3 euros a la hora durante doce horas al día sin derecho a nada que gana la mujer de mi amigo rumano. Malas han sido las contrarreformas aplicadas por el actual gobierno, pero que nadie se engañe, son las más leves que ha aplicado ningún país europeo, nada comparables a las que aplicará Mariano Rajoy su cuadrilla, que ya han puesto sus ojos en un modelo: David Cameron, hijo de Margaret Tacher. Si no se está de acuerdo con la política del actual gobierno, la alternativa no puede ser en ningún caso un partido reaccionario, franquista y mucho más decidido a aplicar medidas contra los trabajadores, sino otra que se oponga al discurso neoconservador y esté al lado de los jóvenes que se han plantado en la Puerta del Sol, de los jóvenes, de los parados y de los inmigrantes que quieren tener un futuro diferente al que ofrecen los emprendedores paletos y las leyes salvajes de un mercado cada día más salvaje por desregulado. Antes que el Pepé el diluvio, pero ha llegado el Partido Popular, el causante de la actual crisis, después vendrá el diluvio. De lo malo lo peor. Hay que empezar desde abajo.
Publicat a nuevatribuna.es, 29 maig 2011