dimarts, 18 d’octubre del 2011

Pecado, penitencia y pánico




Joan Coscubiela

Llevamos ya cuatro años de una crisis que se está manifestando profunda y grave en sus consecuencias sociales. Que está provocando graves efectos colaterales en la calidad democrática y nos dejará una profunda huella social. En estos momentos no existe todavía ni un consenso sobre las medidas a adoptar, ni siquiera una lectura compartida de las causas que la han provocado. Las diferencias nacen de la existencia de intereses sociales confrontados y de ideas en conflicto.

Asistimos a una batalla que se libra sobre todo en el terreno de la comunicación. Como explica Manuel Castells en "Comunicación y Poder", la forma esencial del poder es la capacidad para modelar la mente humana, a través de la comunicación. Y para hacerlo, nada mejor que utilizar las emociones y sentimientos. A lo largo de la historia han cambiado muchas cosas, como nos explica Nicholas Carr en su libro "¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?, Superficiales". Cambios que han venido de la mano de lo que denominan "tecnologías intelectuales" para identificar las herramientas que los humanos utilizamos para encontrar y comunicar la información, para formular ideas y hacerlas dominantes. Es el tránsito de la cultura oral de Sócrates en la escrita de Platón, propiciada por la tecnología de la escritura y posterior creación del alfabeto. O la invención de la imprenta de Gutenberg, de gran incidencia en el ejercicio del poder a través de la comunicación. O la reciente y actual "tecnología internet" que está propiciando una verdadera revolución en las formas de comunicación, en el modo de leer, de escribir, de pensar y comunicar. Y puede estar redimensionando las relaciones de poder en la sociedad del siglo XXI.

Muchos han sido los cambios en la comunicación, pero las emociones y los sentimientos siempre han jugado un papel determinante en la función de la comunicación como instrumento de poder. Lo estamos viviendo con motivo de la crisis y su explicación dominante, que utiliza elementos claves en nuestra cultura de raíces judeocristianas. Las ideas de pecado, culpa, penitencia, sacrificio y miedo están siendo utilizadas para imponer desde los poderes una determinada lectura de la crisis y de las políticas a aplicar.

Así, para explicar la principal causa de la crisis, el sobreendeudamiento en que ha entrado el sector privado de la economía, se nos habla de un pecado colectivo. Son las reiteradas alegaciones que "todo el mundo ha estirado más el brazo que la manga". Obviando que unos se endeudaron para obtener espectaculares beneficios de la especulación y otros por gregarismo social. Mientras algunos lo hicieron para invertir y crear puestos de trabajo, otros para acceder a una vivienda digna y muchos ni siquiera se endeudaron y en cambio todos están pagando con desempleo, recortes sociales e hipotecas de por vida las consecuencias de una bacanal especulativa .

Después del pecado viene el sentimiento de culpa que nos hace sentir, factor clave para que asumamos resignadamente la penitencia que conllevan las medidas de reducción salarial o de derechos laborales y recortes sociales. Este sentimiento se resume en la idea repetida de que si no aceptamos estos sacrificios pasaremos a los libros como "la generación más egoísta de la historia". En este imaginario de "generación egoísta" se incluyen indistintamente los propietarios de SICAV o de grandes patrimonios y al mismo nivel, trabajadores con contrato estable, los empleados públicos, aunque sean temporales (un 25% del total), o los autónomos y los pequeños empresarios. Así se genera un fuerte sentimiento de culpabilidad entre las personas menos afectadas por la crisis que, a pesar de tener ingresos modestos, empiezan a sentirse unos privilegiados sociales para poder disfrutar aún de derechos reconocidos en las leyes. Y algunos empiezan a sentirse culpables de no sufrir duramente la crisis, como se sienten las personas que se han salvado de un grave accidente colectivo, donde el resto no ha sobrevivido. Este sentimiento de culpabilidad las hace más sensibles a aceptar los sacrificios de la reducción de derechos, el camino para dejar de sentirse culpables.

Y por último, el miedo generado por el temor a los nuevos dioses, los mercados de capitales, que exigen sacrificios rituales en forma de recortes sociales o con medidas inútiles como la reforma de la Constitución española y amenazan a través de sus representantes en la tierra, los “lobbies”, con más desgracias si no seguimos sus mandatos. Todo un ritual con graves consecuencias sociales.
nuevatribuna.es 18 Octubre 2011

dimecres, 12 d’octubre del 2011

Chile: ultraliberalismo, educación y desigualdad.


En los años 30 del siglo pasado se produjo en los círculos académicos ingleses un intenso debate entre dos posturas encabezadas por Keynes y Hayek.
Keynes propugnaba el control de la economía, sobre todo, en las épocas de crisis. Este control se ejercía mediante el gasto presupuestario del Estado. La justificación económica para actuar de esta manera, parte sobre todo, del efecto multiplicador que se produce ante un incremento en la demanda agregada, desde la premisa que es la demanda la que determina la producción y no al revés.
Hayek, por su parte, propugnaba que cualquier actividad económica esté únicamente sometida a los dictados del mercado, incluso en épocas de crisis e incluidas áreas como la sanidad o la educación.
En ese momento, ya en EEUU se estaban poniendo en práctica las teorías keynesianas a través del New Deal de Rooswelt, mientras en la Europa obsesionada por el control del déficit, el deterioro económico y social permitía el ascenso de los fascismos. El triunfo del keynesianismo, que parecía definitivo tras la Segunda Guerra Mundial, permitió el desarrollo sostenido de la Europa Occidental y la creación y consolidación de un potente Estado de Bienestar.
Pero las teoría de Hayek no estaban muertas, solamente hibernadas. Reaparecen con fuerza con Milton Friedman y la Escuela de Chicago a fínales de los 60 y son la base de la política económica de Reagan y Thatcher en los 80 y abriendo paso a partir de entonces tanto en los países desarrollados como en los países emergentes.
Sin embargo, en los 70, Milton Friedman encuentra una situación propicia para un primer experimento en el Chile que aparece tras el golpe de Estado de Pinochet de 1973. Una situación ideal para poner en práctica sus ideas ultraliberales con la respuesta social acallada bajo un régimen de feroz represión, algo similar a lo que hoy ocurre en China.
A modo de ejemplo, podemos poner la educación que, como bien decía Hayek, debía convertirse en un gran espacio de negocio como otros sectores productivos. La política educativa pinochetista ha pervivido en el período democrático abierto a partir de los 90 y solo a última hora en 2007 Bachelet hizo tímidas reformas dando repuesta a un primer estallido de protestas estudiantiles.
La educación no universitaria en Chile está impartida por tres tipos de centros. El 48% del alumnado se escolariza en centros municipales, el 43 por ciento en centros privado subvencionados y el 9 por ciento en centros privados sin subvención. Los centros municipales cuentan con una subvención del Estado que suele llegar al 45 por ciento del coste. Por lo tanto, un primer elemento de desigualdad es que según los recursos de los municipios que financian el otro 55 por ciento habrá una educación con más o menos recursos, con más o menos calidad.
Los colegios privados subvencionados no lo son en su totalidad. La aportación de los padres ronda los 50 euros/mes alumno y ello en un país donde el 60 por ciento de los hogares ingresan menos de 800 euros/mes, con lo que la segregación del alumnado en base al estrato social de pertenencia está servida.
Si hablamos de la educación superior, en las 60 universidades chilenas (la mayoría privadas) la situación es mucho más dura, porque en las universidades públicas, también, el estudiante se paga de su bolsillo la mayor parte del coste, lo que significa un gasto de entre 250 y 600 euros mensuales. Eso hace que el 70 por ciento de los estudiantes universitarios chilenos tengan que acudir a los créditos universitarios para financiarse sus estudios universitarios.
Todo esto produce como efecto que, en el índice Duncan, que mide el grado de segregación social en las escuelas, Chile tiene el dudoso honor de ocupar uno de los primeros lugares del ranking con un 0,68 sobre 1. La media de la OCDE es del 0,46 y Suecia está a la cabeza con un 0,35. Asimismo, Chile está a la cola en gasto público educativo con un 3,6% del PIB, por un 4,2 por ciento en España, un 5,2 en el promedio de la OCDE y un 6,7 por ciento en Dinamarca. Por contra en gasto de las familias, Chile está en cabeza con un 3,3 por ciento del PIB, por un 0,7 por ciento de la OCDE, un 0,5 por ciento de España y un 0,3 por ciento en Dinamarca.
Pero, la educación no es un compartimento estanco en la sociedad chilena, es la parte de un todo profundamente desigual. Así, el índice GINI que mide la desigualdad social global indica que Chile está en cabeza de la clasificación con un desigualad del 0,54 sobre 1, por el 0,32 de España, el 0,31 de la OCDE y el 0,23 de Suecia. Y eso tiene mucho que ver con el dato del gasto social. Este gasto es del 13 por ciento del PIB en Chile, del 25 por ciento en la OCDE, del 26 por ciento en España y del 50 por ciento en Suecia lo que, lógicamente, tiene directa relación con la carga tributaria que es del 20 por ciento en Chile, del 35 por ciento en España y la OCDE y del 50 por ciento en Suecia.
Para finalizar decir que algunos políticos y políticas de la derecha en España ya están reflexionando sobre la necesidad de caminar hacia el modelo educativo chileno, modelo educativo inspirado en la teorías económicas de Hayek, Milton Friedman y la escuela de Chicago y que no ha hecho más que acabar con la cohesión social colaborando a configurar una sociedad profundamente desigual.
nuevatribuna.es | José Manuel Marañón |12 Octubre 2011

diumenge, 2 d’octubre del 2011

La responsabilidad por el desastre de Fukushima


Hace no mucho, leí una obra de ciencia-ficción en la que la humanidad decide enterrar cantidades ingentes de residuos radiactivos en las profundidades subterráneas. No saben de qué modo deben advertírselo a la generación futura, a la que se le dejará el cometido de deshacerse de los residuos, ni quién debe firmar la advertencia.
Desgraciadamente, la situación ya no es un tema de ficción. Estamos endosando unilateralmente nuestras cargas a las generaciones futuras. ¿Cuándo abandonó la humanidad los principios morales que nos impedían hacer algo así? ¿Hemos superado un punto de inflexión fundamental en la historia?
Después del 11 de marzo, me quedaba levantado todas las noches hasta bien tarde viendo la televisión (una costumbre recién adquirida tras el desastre). Hubo un periodista de televisión que fue a mirar en una casa con las luces encendidas en una zona que, por lo demás, estaba a oscuras debido a las órdenes de evacuación. Resultó que una yegua estaba de parto y el propietario era incapaz de irse de su lado. Al cabo de unos días, el periodista volvió a visitar la granja y vio a la yegua y a su potrillo en el interior a oscuras. La expresión del propietario era sombría. No habían permitido que el potro saliese a correr en libertad porque sobre la hierba había caído lluvia contaminada por el material radiactivo.
La crisis se ha llevado vidas que muchas personas siguen intentando recuperar. ¿Qué mensajes podemos transmitirles a esas personas y de qué modo? Yo también necesito oír esas palabras y la persona a la que he recurrido en busca de orientación es el físico Shuntaro Hida, que ha estado hablando sobre los peligros de la exposición del país a la radiación desde el bombardeo atómico de Hiroshima.
En una entrevista publicada en la edición de septiembre de la revista Sekai, Hida recomienda: "Si ya han estado expuestos, deben estar preparados. Resígnense. Díganse a ustedes mismos que pueden tener mala suerte y sufrir unas consecuencias horribles al cabo de varias décadas. Luego, traten de reforzar su sistema, háganlo inmune todo lo que puedan para combatir los peligros de la radiación. ¿Pero será suficiente para protegerse el hacer el esfuerzo de evitar comprar verduras que puedan estar contaminadas? Es mejor tomar precauciones que no tomarlas. Los materiales radiactivos siguen escapando de Fukushima, incluso ahora. Los alimentos contaminados se han infiltrado en el mercado, así que, desgraciadamente, no hay ningún método garantizado para protegerse de la exposición. Abolir la energía nuclear y suprimir la radiactividad de raíz es un modo mucho más rápido de abordar el problema".
No quiero transmitir estas palabras a los hombres -los políticos, los burócratas, los empresarios- que intentan imponer a las generaciones futuras la difícil tarea de deshacerse de los residuos radiactivos que se han generado y siguen generándose por culpa de una política energética que pone la capacidad de producción y la fortaleza económica por delante de todo lo demás. Más bien, quiero transmitir estas palabras a las mujeres -las jóvenes madres- que rápidamente se han dado cuenta de los peligros que se les plantean a sus hijos y tratan de encarar el problema de frente.
Después de que los votantes italianos rechazaran la reanudación de las operaciones en sus centrales nucleares, un funcionario de alto rango del Partido Democrático Liberal de Japón atribuía el resultado del referéndum a la "histeria colectiva", dando a entender que el poder de las mujeres estaba detrás de los resultados. Una mujer italiana de la industria del cine respondió al insulto diciendo: "Es probable que los hombres japoneses se vean empujados a la acción por una histeria colectiva que pone la productividad y el poderío económico por delante de todo lo demás. Hablo solamente de hombres porque, se esté donde se esté, las mujeres nunca ponen nada por delante de la vida. Si Japón no solo perdiese su condición de superpotencia económica sino que además cayese en una pobreza prolongada, ¡todos sabemos por las películas japonesas que las mujeres superarían esas dificultades!".
Los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, la derrota de Japón en la II Guerra Mundial y la subsiguiente ocupación del país por las fuerzas aliadas tuvieron lugar durante mi niñez. Todos éramos pobres. Pero cuando se dio a conocer la nueva Constitución, me impresionó la repetición de la palabra "determinación" en su preámbulo. Me llenaba de orgullo saber que los mayores tenían tanta resolución. Hoy, a través de los ojos de un hombre mayor, veo Fukushima y las difíciles circunstancias a las que este país se enfrenta. Y sigo teniendo esperanza en una nueva firmeza del pueblo japonés.

Kenzaburo Oé, nacido en 1935, recibió en 1994 el Premio Nobel de Literatura. Tras el inicio de la crisis en la central nuclear de Fukushima 1, algunos músicos y escritores, entre ellos Oé, publicaron una declaración pidiendo la supresión de la energía nuclear. El 19 de septiembre se celebró una concentración antinuclear en el parque Meijí de Tokio. Este artículo fue publicado originalmente el 19 de septiembre de 2011 en The Mainichi Daily News.Traducción de News Clips.
EL PAÍS, 30/09/2011

dimarts, 27 de setembre del 2011

El país dels bitllets de 500 euros


S'han acabat els miracles. No s'hi val asseure's a esperar el següent cicle. El cercle virtuós immobiliari no tornarà. El brutal deute privat (2,2 bilions d'euros) que ens ha permès viure a tot tren aquests anys, triplicant el deute públic (0,7 bilions), amenaça d'enderrocar la feble arquitectura del nostre Estat del benestar entre altives lliçons d'eficiència i moralitat.
A dos mesos de les eleccions, el debat sobre l'impost de patrimoni provocat pel candidat Rubalcaba ens ha permès escapar momentàniament de la trampa d'una campanya on tot ho arregla la fada de la confiança. De nosaltres depèn que, des d'ara, els debats sobre el nostre sistema de benestar no segueixin reduïts a una qüestió de retallar càrrecs de confiança, o revendre cotxes o immobles oficials.

Assumim la realitat. Els ingressos extraordinaris no tornaran a les arques públiques. En plena globalització, els serveis públics s'hauran de finançar al vell estil: amb impostos. En aquest entorn de recursos escassos, el primer serà l'acotació de l'oferta de serveis. Si volem que els col·legis segueixin funcionant com a contenidors multimèdia on transferir part dels costos de la vida familiar, això té un preu. Si volem seguir fent servir els hospitals com a dipòsits on endossar part dels nostres costos laborals i familiars, algú ho ha de pagar. La cosa pública no pot continuar sent un lloc màgic que no fa mai falta fins que es necessita; llavors es vol tot, i que a més funcioni com un duty free.

Totes les reformes fiscals empreses durant els bons temps han significat transferències de riquesa i oportunitats cap a les rendes de capital i els més acabalats. Els rics són més rics i les classes mitjana i baixa són menys classe mitjana i més classe baixa. Les oportunitats s¿han redistribuït a favor d'aquells que ja les tenien. Resulta revelador veure que mai hi ha dificultat per definir qui és ric si es tracta de rebaixes fiscals. Només es converteix en un problema quan toca pagar.

En paral·lel a aquest desmunt de la fiscalitat de l'Estat del benestar, s'ha produït una voladura controlada de la seva legitimitat. Com bé afirma Sharpf, la revolució neoconservadora ha aconseguit desplaçar-lo de la nostra identitat col·lectiva. Els serveis públics sempre són per als altres. La sanitat, l'educació o la protecció contra l'adversitat que es finança amb els meus impostos sempre són les dels altres. Com més selectiu es fa l'Estat del benestar, més espai i base perd en la nostra identitat col·lectiva en la idea del país que volem.

La reconstrucció del benestar afronta una doble tasca. S'ha de reconstruir la seva fiscalitat i recuperar la cosa pública com a part de la nostra identitat. No es tracta només de pagar per obtenir uns serveis. Es tracta de contribuir per viure en un model de societat basat en la igualtat d'oportunitats i on ningú queda abandonat a la seva sort.

La reconstrucció fiscal de l'Estat del benestar hauria de pivotar sobre tres eixos. El primer ha de ser la progressivitat. El sistema fiscal ha d'exigir un esforç proporcional a les capacitats i oportunitats de cadascú. No es tracta només d'impostos per serveis. La política fiscal ha de ser equitativa. Ha d¿amortitzar externalitats i costos socials generats per les activitats privades. Ha d'operar com un instrument per redistribuir les oportunitats entre grups i individus. Una reforma fiscal que no equilibri l'esforç entre rendes del treball i del capital no mereixerà rebre aquest nom. L'equitat és també el camí de la legitimitat.
El segon pivot ha de ser l'eficiència. La política fiscal és una eina crítica per a la sostenibilitat del creixement econòmic. Necessitem una fiscalitat que penalitzi l'especulació i afavoreixi la inversió i la creació de riquesa i ocupació; que encareixi la ineficiència i possibiliti la innovació. Uns impostos que habilitin el desenvolupament de nous mercats i noves fonts de progrés i benestar.

El tercer vector per a una fiscalitat reconstruïda ha de ser la maximització de la seva potència recaptatòria. La reforma fiscal que necessitem ha de netejar, fixar i donar esplendor a l'actual jungla regulativa, on els impostos s'han anat dinamitant de manera controlada per la via de la profusió reglamentària, les exempcions i les excepcions. Necessitem una ordenació fiscal clara, senzilla i contundent en els seus termes i recolzada sobre un sistema d¿inspecció ben armat. Únicament així acabarem amb el càncer més gran de la nostra fiscalitat i el nostre benestar, el frau.

Aquest és el debat que no vol sentir, però que només podrà defugir fins al 21-N, el país que atresora més de la tercera part dels bitllets de 500 euros que circulen per la Unió Europea. El país on pagar és de tontos i els cobraments es faciliten amb IVA o sense IVA amb la mateixa simpatia amb què als bars t'ofereixen el cafè, sol o tallat; amb la mateixa naturalitat amb què un governant renuncia a cobrar patrimoni mentre acomiada professors.
El Periódico, 27.09.2011

Antón Losada, Professor de Ciències Polítiques de la Universitat de Santiago de Compostelítiques de la Universitat de Santiago de Compostel·la





divendres, 23 de setembre del 2011

Economia, creixement i entropia


La termodinàmica i l'ecologia posen de manifest les debilitats del model imperant

¿Recorden quan van parar de créixer? Va ser acabada l'adolescència. Un bon dia ja no els va caldre una talla més gran que l'any anterior. Van quedar enrere els vestits «de creixença», aquella roba massa folgada que la mare comprava en previsió de noves estirades. Durant anys, la família celebrava l'increment continuat del pes i l'alçada de l'infant. Però tothom va entendre que allò s'acabés. És més: ningú no hauria entès que durés indefinidament. Als 30 anys, hauríem arribat als dos metres i mig, i als tres metres en complir els 40... El celebrat creixement de la infantesa hauria esdevingut malaltia a l'edat adulta.
De fet, sí que hem continuat creixent. Però no pas de mida. Hem crescut en destreses i habilitats, en capacitat per a gestionar situacions, en mà esquerra i en coneixements. El creixement quantitatiu ha cedit el pas al creixement qualitatiu. La nostra capacitat perceptiva ha sabut apreciar-ho. Ningú no acut al metge més alt, sinó al més competent. Però en el camp socioeconòmic, en canvi, continuem encallats en la dèria ponderal, en l'obsessió de créixer quantitativament. Si el PIB no augmenta, les coses van malament. Una bona bestiesa quan l'adolescència productiva fa temps que ha quedat enrere.
Els massai mesuren la riquesa pel nombre de vaques que tenen. No pel rendiment del bestiar en llet, o per la venda de carn, o per la capacitat del bous per llaurar, sinó pels caps de bestiar amb què compten. És una forma primitiva d'avaluar la riquesa. El cas és que nosaltres fem igual, ben mirat. No hem desenvolupat procediments per a avaluar la felicitat, el benestar, la saviesa, la qualitat ambiental o l'equitat redistributiva com a béns econòmics. Som rics si creixem, baldament siguem infeliços, injustos o visquem en un entorn degradat. És penós.
La crisi actual ens hauria de fer pensar. Però no. Els analistes econòmics tenen la mirada clavada en els mercats financers (que tenen poc a veure amb l'economia productiva, l'única digna d'aquest nom) i clamen per tornar als índexs de creixement d'abans (com si això fos físicament possible). No és maldat, em sembla. És incapacitat. Incapacitat d'adonar-se que iteren una manera d'avaluar passada a la història. Pensen com els economistes del segle XVIII. Ja fóra hora que s'adonessin que la situació ha evolucionat en aquests tres segles de civilització industrial, que ara créixer és una altra cosa. Però no saben com mesurar-ho, ni com comptabilitzar-ho, ni com gestionar-ho. Potser és per això que prefereixen ignorar-ho i continuar acumulant vaques.
L'any 1856, Rudolf Clausius definí el concepte d'entropia; uns anys més tard, Ludwig Boltzmann trobà la manera de calcular-la matemàticament. L'entropia expressa la progressiva incapacitat dels sistemes per a tornar al seu punt de partida. Podem mesclar fàcilment pintura blanca amb pintura negra, però resulta molt difícil, per raons entròpiques, separar el blanc del negre en la pintura grisa resultant de la mescla. Les idees de Clausius permeteren consolidar el segon principi de la termodinàmica (l'entropia d'un sistema creix amb el temps, de manera que els processos tendeixen a donar-se espontàniament només en un sol sentit) i entendre que no podem fer i desfer sense aturador. Ignorar-ho en l'organització de la producció de béns en ple segle XXI comença a no tenir perdó: fa 150 anys que se sap.
L'acadèmia econòmica hauria de considerar aquestes coses, em sembla. Els físics o els ecòlegs podem, educadament, fer notar que no es pot anar pel món amb idees econòmiques caducades, però no tenim formació ni capacitat per a formular les noves. La nostra desaprovació no censura els sabers econòmics, sinó la seva obsolescència. Més que mai cal la destresa dels economistes, però per crear models per al segle XXI, no per reiterar els ja obsolets. Els béns lliures ja no existeixen a la pràctica, hem de saber computar-los en els balanços. Ara que ja hem posat preu de mercat a un no-bé econòmic com és el diòxid de carboni, ¿com podem ignorar en els balanços l'aigua potable, l'aire respirable, el sòl edàfic o el clima, per exemple? Perquè, si no figuren en els balanços, deteriorar-los no semblarà un problema econòmic. Però ho és, i tant que sí.
UNA EMPRESA que maquilla balanços ampliant capital i alienant patrimoni és una empresa mal gestionada. Això fa l'actual model econòmic: creix per tenir liquidesa i no computa costos de reposició dels recursos naturals alienats (petroli irreversiblement consumit, per exemple). La llista de febleses comptables o d'incoherències conceptuals és llarguíssima. ¿De quina globalització econòmica parlem, si de fet només ens limitem a mundialitzar alguns mercats captius? Per començar: ¿tenim tots una única moneda global? Rescatem Grècia o Irlanda perquè compartim l'euro, però el Marroc és només un d'aquests mercats falsament globalitzats, per exemple. La contaminació és una agressió econòmica perquè en un sistema global no es por funcionar en cicle obert, però cap analista sembla adonar-se'n. I així, ad nauseam. Si tot el que se'ns acut davant de l'actual crisi és que hem de créixer, és que no sabem què dir.

Ramon Folch
Socioecòleg. Director general d'ERF.
EL PERIODICO, 23 de setembre del 2011

dimarts, 20 de setembre del 2011

Tener la razón no basta


“Los ricos gobiernan un sistema mundial que les permite acumular capital y pagar el menor precio posible por el trabajo. La libertad resultante solo la obtienen ellos. Los muchos no tienen más remedio que trabajar más duro en condiciones cada vez más precarias para enriquecer a los pocos. La política democrática, dirigida al progreso de la mayoría, está realmente a merced de esos banqueros, barones mediáticos y otros magnates que dirigen y poseen todo”.

Esta cita no es de un indignado o de un furibundo izquierdista. Aunque no lo parezca, es de un conocido publicista conservador británico, Charles Moore, biógrafo autorizado de Margaret Thatcher, y se contiene en un artículo que apareció el pasado 22 de julio en The Telegraph. El revuelo que originó entre sus propias filas fue de órdago. Piensen que llevaba el provocador título de Estoy empezando a pensar que la izquierda en realidad tiene razón. Y por lo que dice en el artículo, su descripción no difiere gran cosa de la que se haría desde cualquier posición de izquierdas. Otra perla referida a la crisis de la Eurozona: los gobernantes europeos parecen estar “dispuestos a casi cualquier indignidad antes de que se perjudique a los banqueros”; y los trabajadores de diferentes localidades europeas deben perder sus empleos con tal de que “los banqueros en Frankfurt y los burócratas de Bruselas puedan dormir tranquilos”.

No es que Moore haya sufrido una súbita conversión izquierdista. Se trata más bien de un lamento por el fracaso del proyecto del conservadurismo en su intento por conseguir mejores condiciones de vida para todos a través del libre mercado. Al final, el resultado de la revolución conservadora ha sido bien distinto de aquel que esperaban sus defensores, y la tradicional crítica de izquierdas ofrecería un reflejo de la situación actual mucho más certero que la derecha, huérfana ya de ideas que sustenten con convicción su proyecto. Lo que pretende es sacar a la derecha de su letargo y autocomplacencia para que sepa contrarrestar los estragos potenciales que puede provocar el escenario de un mundo crecientemente injusto y diseñe un nuevo discurso a la altura de las circunstancias. Y concluye con la esperanza de que, como tantas veces ha ocurrido, el conservadurismo se salve “gracias a la estupidez de la izquierda”.

Muy estúpida debe ser esta, en efecto, para que no haya conseguido sacar ningún rédito de una situación perfectamente radiografiada por el autor mencionado. Quedándonos en Europa, y a la vista de la lastimera situación electoral de la izquierda en todo el Continente, ¿de qué le sirve “tener la razón” si no puede trasladarla después a un discurso que sea convincente para los ciudadanos? Si el emperador está desnudo, ¿cómo es que no lo vemos? ¿Qué es lo que está haciendo tan mal? Desde luego, si tuviera una respuesta se la regalaría a Rubalcaba. No debe ser fácil encontrarle una solución cuando todos los think-tanks de la izquierda europea se están devanando los sesos por encontrarla.

Lo que sí se observa, sin embargo, y vuelvo sobre uno de mis temas, es que a cada una de las dos grandes ramas de la izquierda —la “sistémica” y la radical, por simplificar—, le falta lo que le sobra a la otra. Una, la “sistémica”, está excesivamente pegada a la realidad, al cálculo electoral y a ofrecer propuestas de gestión pura y dura; la otra, por el contrario, se regocija en el espectáculo y la denuncia de las nuevas injusticias, pero no dice una palabra de cómo transitar desde donde estamos a un mundo mejor sin que todo se derrumbe. A una le pierde su inmersión completa en las lógicas de la lucha partidista, la atención a la proyección mediática, su respeto por el orden establecido; a la otra le perjudica su extremado moralismo y su desprecio por las cuestiones de medios. Una aparece como fría y calculadora; la otra como demasiado pasional y utópica. Falta alguien que nos ofrezca una síntesis, el punto medio aristotélico, la perfecta combinación de pragmatismo y utopía. No es poca cosa.

Mientras tanto avanza, imparable, la derecha cínica, esa que, como hemos visto, avergüenza incluso a un importante sector de la derecha tradicional que sí se había creído las bondades del libre mercado, sigue profesando el poder de las ideas y siente una verdadera urgencia por enmendar los excesos a que ha conducido la codicia sin límites y la aparición de asimetrías inaceptables. Si la izquierda no se da prisa puede que sea esa derecha renovada quien acabe por volver a robarle la cartera.

El País 15 SEP 2011

dijous, 15 de setembre del 2011

De la indignación al compromiso


Asistimos a una crisis mucho más profunda que la crisis financiera. Es la crisis de un modelo de desarrollo ambientalmente insostenible, de un modelo económico socialmente injusto y de un modelo político en el que los partidos gobernantes, supeditados a los poderes económicos, han pervertido la esencia de la política y de la democracia -que, no olvidemos, significa gobierno del pueblo- cambiando el gobierno de la ciudadanía por el de los mercados financieros. Tenemos la convicción de la necesidad de una renovación radical de la política, en España y en el mundo, para regenerar la democracia y hacer que la economía esté al servicio de las personas de acuerdo con las necesidades reales de la sociedad y los límites de la biosfera. Estamos en ello.
Compartimos la visión de quienes consideran que la izquierda ahora gobernante tiene un problema mucho más grave que el del avance electoral de la derecha, que es su falta de horizonte y su incapacidad de imaginar otra receta que la de aceptar las presiones antisociales y degradar los derechos públicos y las condiciones laborales. A su vez, hoy no basta con las opciones tradicionales a su izquierda que no solo no han llegado a recoger el voto ofendido sino que han envejecido como alternativa. Si queremos ir más allá, no solo queremos detener a la derecha, sino también cambiar la izquierda.
Porque las respuestas del siglo pasado no sirven para el siglo XXI y porque a los ideales solidarios hay que sumar nuevos valores: la equidad entendida como igualdad de oportunidades y protección social; el ahorro, la mesura y la eficiencia en el uso de los recursos; la responsabilidad para con las personas y la sociedad, con los animales y con las generaciones futuras; el equilibrio en las relaciones con la naturaleza; la independencia de las instituciones públicas respecto a los poderes económicos; la gestión transparente, honesta y eficiente de lo público al servicio de la ciudadanía, la democracia participativa y deliberativa; el pacifismo activo... para abrir caminos hacia otro proyecto realista de sociedad y de civilización en el que sea posible la convivencia pacífica y el bienestar humano para toda la población, ajustando el desarrollo a los límites físicos y biológicos del planeta, en un mundo que, aunque no perfecto, sea viable para todos y más justo.
Estos valores, sobre los cuales debería ser posible encontrar en la sociedad un amplio entendimiento -más allá de las percepciones ideológicas tradicionales-, deberían configurar una línea de salida concreta a la crisis económica actual, que no solo ha provocado ya cinco millones de desempleados en nuestro país y 200 millones en todo el mundo, sino que amenaza con desmantelar el Estado de bienestar, los derechos laborales y la protección social en Europa y con arruinar las perspectivas de una globalización equitativa a escala mundial.
Esa salida es posible: hay otras alternativas más justas y eficientes para superar la crisis. Alternativas como incrementar los ingresos con una adecuada fiscalidad dirigida a los que más ganan, más tienen y más contaminan; modulando la reducción del gasto reduciéndolo de las subvenciones a las actividades contaminantes, de las inversiones en infraestructuras ruinosas -AVE sin pasajeros, aeropuertos sin aviones, autopistas solitarias-, de los gastos militares y eclesiales, etcétera... en vez de quitárselo a los pensionistas o a los empleados públicos, que educan a nuestros hijos, curan a nuestros enfermos y cuidan a nuestros mayores.
Las empresas, por su parte, lo que realmente necesitan no es más flexibilidad para despedir, sino más crédito para producir y contratar.
Es otro enfoque, perfectamente viable. Es necesaria una nueva política económica que tenga como objetivo la creación de empleo, especialmente en la economía verde y en los servicios sociales.
Pero este nuevo enfoque requiere abrirse camino a escala europea, porque no hay soluciones Estado por Estado. No habrá protección de la sociedad frente a los mercados financieros mientras no haya una respuesta diferente de las autoridades europeas: solo una mayor unidad política, económica y fiscal europea -con bonos europeos para una financiación de las deudas soberanas a menores tasas de interés y a más largo plazo, con una agencia europea de calificación y con una tasa a las transacciones financieras- impedirá que el manejo de la deuda griega y la de los demás países periféricos por parte de los mercados financieros acabe por llevar al euro al colapso y a Europa a la ruina.
Los Verdes europeos, con los que nos identificamos, se están batiendo en el Parlamento Europeo por soluciones similares y han propuesto un green new deal para Europa, porque solo la economía verde y baja en carbono permitirá avanzar hacia otro modelo productivo y de consumo frente a una crisis que no es solo financiera y económica, sino también energética, climática y ecológica.
La peculiar situación española, con un desempleo insoportable, aconseja emprender esa dirección. Posibilidades no faltan: España cuenta con un potencial extraordinario en el desarrollo de las energías renovables, con la mayor superficie cultivada de agricultura ecológica, con capacidades tecnológicas en sectores emergentes, con excelentes profesionales en salud, investigación científica y educación, con una sociedad civil emprendedora... que podrían llevar a construir un desarrollo diferente y con pleno empleo. Pero con trabajos menos vulnerables y más sostenibles: solo las actividades generadoras de empleos verdes, como las energías renovables, la agricultura ecológica, el transporte sostenible, la rehabilitación de edificios, etcétera... podrían generar dos millones de nuevos empleos e importantes beneficios sociales, ambientales y económicos.
Recientemente, el autor de ¡Indignaos!, Stéphane Hessel, nos decía que ahora es el momento de pasar de la indignación al compromiso, cada quien desde su ámbito. Quienes suscribimos este artículo lo hacemos desde el ámbito de la política. Hemos acogido receptivamente las movilizaciones sindicales contra la reforma laboral, las reflexiones y propuestas de las gentes de la cultura y escuchado con atención las demandas indignadas de las plazas tras el 15-M, con las que coincidimos. Pensamos que no solo deben cambiar las políticas, sino también la política. Hacen falta reformas electorales y constitucionales de gran calado, una nueva transición para una mejor representación de la ciudadanía, más activa y directa, el fin del bipartidismo y de la partitocracia, un nuevo empoderamiento popular y un republicanismo participativo en el que el poder esté más repartido, con partidos más democráticos, transparentes y refractarios a la corrupción, con organizaciones sociales y ciudadanas más representativas y con más poder de consulta, control y codecisión, donde la iniciativa legislativa popular y los referendos locales, autonómicos y estatales sean instrumentos habituales y normalizados de ejercicio de la democracia... Una democracia que no lo fíe todo a lo representativo, sino que para ganar legitimidad se le añadan instrumentos de democracia participativa y deliberativa.
El desafío no es menor. El momento histórico y la demanda de la sociedad nos exigen algo nuevo e intentarlo hacer en el sentido más amplio y unitario posible. En este contexto queremos contribuir dinamizando un amplio movimiento político que promueva salidas viables, y, por tanto, distintas de la crisis que padecemos, en clave de equidad social, sostenibilidad ambiental y de mayor democracia. Queremos contribuir a construir un nuevo espacio político plural que ofrezca un cauce de participación a las personas que no se resignan a contemplar pasivamente esta situación; especialmente, queremos crear un espacio de activismo político para las generaciones emergentes y de construcción de alternativas para todas las personas que estén dispuestas a comprometerse generosamente para encontrar, individual y colectivamente, soluciones de actualidad a los desafíos de nuestro tiempo. Ese es nuestro compromiso

Juan López de Uralde, EQUO, comisión promotora; Inés Sabanés, EQUO; Joan Herrera, secretario general de ICV; Mónica Oltra, diputada de las Cortes Valencianas por Compromís; David Abril, secretario general de Iniciativa Verds (Baleares) y Mario Ortega fue coordinador de Los Verdes de Andalucía.

PUBLICAT A EL PAÍS. 14.09.2011